lunes, julio 17, 2023

Los Premios Princesa de Asturias: un premio completamente desnortado

 

En España hay dos grandes premios institucionales: el Premio Cervantes y los Premios Princesa de Asturias. Con los segundos ha sucedido lo que suele pasar cuando un rico (el rey emérito) le encarga a alguien (no el más adecuado) que cree unos premios.

Lo lógico es crear un premio en una categoría que no esté atestada ya de premios prestigiosos. Por ejemplo, en el campo de los premios científicos internacionales los hay con gran solera y grandes cantidades de dinero. ¿Qué sentido tenía crear un premio de las letras cuando ya existe el Premio Cervantes? 

Además, si quieres prestigiar un galardón intelectual, no lo mezcles con los deportes. Los deportes ya cuentan con sus propios trofeos, con sus propias medallas. En el deporte, los galardones se obtienen porque ganas o porque pierdes; lo que no tiene mucho sentido otorgarlos por tu real gana. 

En cualquier caso, la mezcla de premio a las letras, al deporte y a los saltos de rana nunca tendrá sentido. También se podría crear el premio a la versificación poética más feminista, o el Premio Princesa de Asturias al más simpático tocador de armónica.

Este multiplicar categorías por el hecho de multiplicarlas es gastar dinero por gastar. Ya que, al ser categorías tan amplias en su contenido, jamás alcanzarán prestigio internacional alguno, en competencia con premios en campos mucho más definidos y criterios, por tanto, mucho más objetivos. 

Cuando el campo es tan amplio, el criterio para elegir a un ganador resulta totalmente subjetivo. Eso lo saben todos, incluso los premiados y nadie se toma el galardón muy en serio. Los Princesa de Asturias no son (ni serán jamás) la Medalla Fields de matemáticas o el Premio Pritzker de arquitectura.

Ojo, no estoy criticando a los que actualmente componen la Fundación Princesa de Asturias, sino al hecho de que por buenos que sean sus integrantes, se insertan en un premio desnortado, un premio que no sabe adónde ir. Por muy competentemente que quieran trabajar los integrantes de la fundación, es la entera categoría de premios la que debería ser redefinida.

La escritora J.K. Rowling (autor de Harry Potter) recibió el premio en la categoría de Premio a la Concordia. ¿A la concordia en qué? ¿A la concordia entre Gryffindor y Slytherin? La lista de críticas mías la podría continuar, pero no voy a emplear esfuerzo alguno en abundar en lo evidente.

Pero lo que no puedo perdonar a esos pseudopremios es que Ibañez (el autor de Mortadelo y Filemón) se haya muerto sin recibir ese premio en la categoría de artes. Eso jamás se lo perdonaré. Y mucho menos cuando ahora me he enterado de todas las personalidades que movieron Roma con Santiago para que se lo dieran. Escritores, cineastas, treinta eurodiputados, una plataforma de ciudadanos… 

Si a la fundación le quedara un poco de dignidad, se lo daría (lo permitan o no los estatutos) el próximo año y pidiendo perdón de cara a la pared y con libros en las manos. Se puede caer en cierto grado de indignidad, pero lo hecho con Ibáñez es de otro nivel.

Por supuesto, que toda esta fiesta (mala fiesta) sale cara: 5 millones de euros al año. Y que los fondos de la fundación son de 32 millones de euros. Si el contribuyente piensa que como es una fundación no le ha costado dinero, se equivoca completamente. Pero eso sería materia para un post con ese tema. Evidentemente, tantos millones de euros no salen de la nada.

Los gobernantes podrían haber empleado ese dinero de las “aportaciones privadas” para ayudar a la gente que carece de techo y viven alquilando una habitación a los cincuenta años de edad. Se me ocurren otros mil destinos nobles a los millones de euros mejor que darle este año 2023, la cantidad de 50 000 euros a Meryl Streep; no es una hipótesis, es lo que ha pasado. Pero los políticos prefirieron callar, no poner objeciones y apoyar la creación de unos premios desorientados, siempre subjetivos.

El escenario de esos premios, cuya foto pongo arriba, es muy bonito. Pero esa foto y todo lo de alrededor cuesta cinco millones de euros anuales para mayor honra y gloria de los los políticos (que permitieron ese engendro) y de los que viven de la fundación. En el fondo, se trata de dos o tres minutos en el Telediario cuyo precio es ese: 5 millones.