La vida del papa
Benedicto ha sido una existencia llena de cosas. Sin hacer nada, sin desearlo,
llegó al cardenalato. Perdonad que me extienda en daros los datos que corroboran
esto, pues esto en un post de conclusiones, de juicios, de opiniones, fundar mi afirmación sería más propio de un largo artículo.
Josef Ratzinger no tenía en
sí un gramo de ambición por eso que se podría llamar “carrera eclesiástica”,
horrible palabra que abomino. Todo es servicio, todo es entregarse a la
Iglesia. La idea de “carrera” me parece una deformación de la consagración.
Desde el seminario Josef
fue encaminado hacia el mundo de los libros, de la docencia. No tenía más ambición
que dedicarse a la mayor comprensión de la ciencia de Dios para comunicarla a
otros.
Pero se “torció” de
pronto. Los vientos soplaron sobre el (como si de un globo fuera) y fue
elevado. Sobrevino sobre él el episcopado. Fiel a su principio de nada desear,
nada rechazar, aceptó lo que vino. Pero los vientos siguieron soplando y siguió
subiendo y subiendo.
Seguro que no pensó en
ser papa. Y aun en esa posición, qué llena estuvo su vida: viajes, cercanía al
papa, actos sociales. No hay duda de que para él su mayor placer era sumergirse
en un buen libro, es decir, escuchar al que habla de la ciencia de Dios. Leer
es escuchar. Leer es escuchar al otro, es disponerse a aprender.
Y deseando solo eso, se
vio inmerso en las comisiones que tomaron grandes decisiones para la Iglesia.
Cuántas reuniones, cuántas razones a favor o en contra de que esta o la otra
persona acabara como arzobispo en esta o la otra capital.
Fue toda una vida
trabajando de un modo bastante discreto, pero junto a la cúspide. Discreción,
modestia, modos humildes, no es fácil; cualquier otro se hubiera emborrachado
un poco de orgullo, hubiera dado signos de tener una alta consideración acerca
de sí mismo. 32 años en Roma, desde que fue prefecto hasta su renuncia al
ejercicio del papado. Toda una vida. Llena, llena de cosas. Pero además llena
de esas cosas que quedan genial en una superproducción cinematográfica, de salas
de palacios con suelos cubiertos de mármoles, cenas con personas muy
interesantes, invitaciones a prestigiosas universidades y… grandes tomas de
decisiones.
Él sí que hubiera podido escribir una gran autobiografía, y no personas que tienen tan poco que contar como yo. Comparar su vida con mi autobiografía casi causa un poco de pudor. A propósito, podéis descargaros la mía en Biblioteca Forteniana, se titula Entre los libros y los demonios. Pero yo no os aconsejo que la leáis. No, no os aconsejo que la leáis. Si quisiera que lo leyeráis os proporcionaría el link, pero no, no lo haré.
Feliz año a todos vosotros, os deseo lo mejor. (Frase standard que en muchos casos —no siempre— puede ser creída).