Llevo varios meses con
una persona que me viene siempre a la memoria. ¿Por qué todos tenemos a alguien
que se convierte en una cruz para nosotros? Parece que sería fácil hablar,
comprenderse mutuamente, tener una buena relación.
Pero lo cierto es que por
más buena voluntad que haya en una de las partes, hay siempre alguien que se
convierte en un muro infranqueable. La persona se transforma en una muralla de
piedra dura. Frente a nuestro “sí” sencillo, bondadoso, nos encontramos con un “no”
férreo.
En esas situaciones,
fácilmente, hay un bueno y un malo, porque no es que los dos se hagan daño, sino
que hay uno que hace sufrir al otro, y el otro sufre con paciencia, en
silencio.
¿Pero es tan fácil saber
quién es el malo? En muchos casos, sí. Uno obra, el otro se limita a sufrir las
consecuencias.
Por supuesto que hay muchas
relaciones en las que los dos se hacen daño recíprocamente. Pero en otros casos
la maldad de uno se encuentra meramente con el dolor del otro.
Por supuesto que Dios no
puede permanecer indiferente ante esto. En una situación así, el Todopoderoso
no puede no hacer nada. Cuando llega el momento, actúa. Dios siempre obra. La
existencia de cada ser humano, con sus alegrías y tristezas, forma un tapiz. Ese
tapiz está urdido por las decisiones humanas entrelazadas con las divinas. Ese
tapiz muestra la justicia de Dios, sus consuelos, sus decisiones. La sentencia
de Dios es ese tapiz, compuesto de infinidad de sentencias menores, parciales,
temporales.
La persona mala es
castigo para sí misma.