Un presidente de gobierno
puede ser socialista, puede estar en contra la doctrina moral cristiana; puede,
incluso, iniciar una campaña contra la Iglesia; pero todo eso no cambia para
nada que sea el presidente legitimo de una nación.
Lula da Silva es el
presidente legítimo, auténtico y verdadero de Brasil, y el que se oponga
a ello con la fuerza quebranta gravemente el orden de las cosas.
Por favor, no
estoy diciendo
que Lula vaya contra la Iglesia ni nada de lo que he mencionado antes, no conozco nada de su ideología ni de su
programa. Pero si en algún país eso sucediera, tal cosa no cambiaría la legitimidad
de su autoridad.
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Algunos católicos en España
creen que hay que aceptar la autoridad civil de izquierdas con una cierta dosis
de odio. Es un error. Hay que separar lo moral, lo ideológico, de lo personal:
el odio a la persona es un mal. Ya lo he dicho más veces que si me encontrara
con nuestro presidente del gobierno yo sería exquisitamente amable, pues es la
cabeza de la nación y merece el honor debido a su cargo. Lo mismo vale para sus
ministros. Hay que respetar a la autoridad civil. Hablo de un respeto externo,
pero también interno. El odio no lleva a ningún lado.
Una lectora muy presente
en este blog sabe que un cargo de Podemos nos enseñó el congreso de los
diputados. Fue encantador con esa lectora y conmigo. Debemos hacer todo lo
posible por rebajar la tensión, la agresividad. Como sacerdote, en una comida,
jamás saco el tema de la política. Si otros lo quieren sacar, los escucharé con
interés, tratando de no intervenir. Si me preguntan les daré mi opinión con
humildad.
Os reitero mi consejo: cuanto menos habléis de política mejor.