Ayer recibí este correo:
Padre Fortea, espero se encuentre muy bien.
Mi nombre es (…), tengo algunos años con la
intención de ingresar a un monasterio de clausura. Desde niño me he imaginado
en un lugar tan apacible entre montañas y alejado de todo el ruido y
distracciones mundanas. También de pequeño escuche una ocasión a unos
familiares hablar de monjes que vivían muy lejos de todo y todos y dedicaban su
vida a rezar todo el tiempo para “sostener La Paz del mundo”.
Me quedo grabado
ese comentario porque se me hacía una gran devoción dedicar su vida a rezar
todo el tiempo… como niño que era, no cabía en mi cabeza que hubiera quienes
solo hicieran eso… sin hacer algo más… lo pensé muy extremo y así quedó en mi
cabeza.
La soledad me llena de paz, desde siempre y hasta
el día de hoy, con 50 años de edad … mi convicción es permanecer en soltería.
A mis 45 años leí del monasterio de (…), que invitaban a una experiencia monástica, solo que estaba pasado en la edad… aún así les escribí y me invitaron a visitarlos. Lo lamentable es que vivo en (…), y en ese entonces no se dieron las condiciones para poder desplazarme y vivir esa gran oportunidad que me daban.
Padre, usted cree que aún tenga la oportunidad de poder dedicar mi vida al monasterio ? He tenido la intención de volver a escribirles a los monjes de (…), pero me siento apenado pidiendo nuevamente algo que ya me habían ofrecido y no tomé.
Me gustaría escuchar su opinión y orientación… si
aún pudiera intentarlo y sobre todo por mi edad… o si existiera algún
monasterio al que pudiera ingresar y dedicar mi vida a Dios.
Le contesté dándole mi
opinión favorable, pero advirtiéndole del hecho de que los monasterios suelen
ser muy estrictos a la hora de aceptar postulantes que superen los 45 años de
edad.
A lo largo de los años me
he encontrado con un cierto número de personas que querrían acabar su vida en
un monasterio, pero por razón de la edad ya no podían ser admitidos.
Esto me ha llevado a
pensar cuál podría ser la solución, que es la que sugiero abajo.
♣ ♣ ♣
Hay que animar a los
monasterios a estar abiertos a recibir a cuantas más personas mejor. Es muy
bonito ver un monasterio lleno de vida, con
un coro repleto de personas alabando a Dios.
Hay que potenciar la figura
del oblato. Paso a explicar las características prácticas con las que yo
potenciaría esta figura. Hablo de lo práctico, no del contenido espiritual.
Un oblato sería alguien
que puede salir del monasterio cuando lo
desee.
Dentro del monasterio
vive en todos los aspectos como un monje.
Fuera del monasterio vive como un laico normal.
El oblato puede tener su trabajo o estar jubilado.
Todo el tiempo que no esté trabajando, puede vivir dentro del monasterio: sea partes del día o sea durante sus vacaciones laborales: verano, fines de semana. Un monasterio
benedictino urbano facilitará que los oblatos tengan su puesto de trabajo
cerca.
Los oblatos vestirán una túnica amplia con capucha, sin escapulario ni
cinturón. Pero solo dentro del perímetro del terreno del monasterio. Fuera vestirán
como cualquier laico. Los monjes ponen sus manos sobre el cinturón, bajo el
escapulario. Los oblatos las pondrán sobre su cinturón por las aberturas de su
túnica.
Los oblatos colaborarán
con parte de su sueldo o de su jubilación a
los gastos de la casa. Pero esta colaboración será siempre libre, sin tener que
dar un porcentaje. La autoridad del monasterio puede establecer una cantidad
mínima de colaboración si se ve conveniente, que no tiene por qué ser igual para
todos los oblatos.
Lo mismo que el oblato
puede abandonar el monasterio cuando desee, así el monasterio puede pedirle que vuelva a vivir en el mundo o, incluso, que no
entre en la clausura.
Mientras esté dentro del
monasterio la obediencia debe ser perfecta. Uno entra en la clausura para vivir como un monje.
El monasterio admitirá como
oblatos a las personas por ancianas o enfermas que estén. Pero se dejará claro que si la
vejez o enfermedad de la persona supusiera una carga excesiva para la comunidad
se le invitará a buscar una residencia adecuada a su estado.
Comentario: Lo lógico es que los ancianos y
los enfermos puedan vivir allí hasta el final de sus días, el monasterio como
residencia final. Ahora bien, esta cláusula es necesaria, pues más allá de un
cierto número de oblatos enfermos la carga asistencial de los oblatos puede ser
vista como un peso que alteraría la vida normal del monasterio. Yo no lo veo así. lo mismo que en otros tiempos el
trabajo era tener rebaños o cultivar campos, ahora puede ser atender a ancianos.
Pero como esta labor puede ser vista con temor por la comunidad, esa cláusula
les ofrecerá una moderada confianza en que siempre podrán tener control de la
situación.
♣ ♣ ♣
Como se ve, en esta reforma
que propongo, una comunidad de diez monjes podría tener unos diez oblatos
viviendo dentro del monasterio. Tampoco pasaría nada si fueran el doble. Unos
serían oblatos internos (viviendo todo el
tiempo dentro) otros serían oblatos externos
(yendo solo fines de semana o en vacaciones).
Es cierto que existe el
temor de que los oblatos se conviertan en una causa de secularización de la
comunidad. Es decir, que el ambiente de ascetismo, silencio y renuncia que debe
existir en un monasterio se agüe. El peligro existe, de ahí la necesidad de una
verdadera formación de los oblatos, de que se les deje claro que uno entra para
vivir como un monje.
¿Entonces por qué no hacerse
monje? Para unos esa decisión definitiva les
aterra. Pueden vivir dentro, pueden vivir el día a día. Pero la idea de la
decisión definitiva es superior a sus fuerzas.
Otros se ven incapaces de
vivir en una castidad perfecta. La figura de
la oblación les ayudaría a vivir en castidad, puesto que vivirían en el mejor
ambiente posible; pero no les impondría una condición a lograr algo que han
intentado y no han logrado.
Pueden ser oblatos personas casadas separadas. Incluso –y esto puede
parecer increíble— se podría admitir a ateos y personas de otras religiones. Puede
haber un ortodoxo que desee vivir en un monasterio católico, incluso habiendo
monasterios ortodoxos no lejanos. Puede haber un ateo que con honestidad
reconozca que no cree en la otra vida, pero que le fascina la idea de estar en
un monasterio. Yo creo que en ese caso Jesús diría: “Aceptadlo. Especialmente a
él es al que debéis acoger, pues es al que más bien le hará estar aquí”.
En esta organización, una
gran abadía podría tener este tipo de moradores, voy a poner un ejemplo
concreto:
20
monjes
10
oblatos
5
huéspedes
7
donados
Los donados pueden ser
ancianos que quieran vivir allí sus últimos días. Son atendidos por los monjes
y oblatos. No tienen ninguna obligación y solo desean ser llevados a la iglesia
para asistir a los oficios, y vivir entre monjes.
Una abadía así estaría
llena de vida. Las aportaciones de los jubilados pasarían a ser la mayor fuente
de ingresos.
El lugar ideal de una
abadía de este tipo sería la ciudad, y mejor colocar la abadía totalmente anexa
a la catedral, ocupándose los monjes y oblatos de los oficios. Lo mejor sería
hacer el proyecto de la catedral integrando en ella la comunidad. También
pienso que este tipo de comunidad catedralicia debería tener como superior al
obispo de la diócesis. Es decir, los gastos de la creación del monasterio podrían
recaer en la diócesis, para así llegar a tener una gran abadía diocesana adonde
derivar las vocaciones a la vida monástica, pero esto solo podría ser así si el
obispo tiene plena jurisdicción sobre la comunidad. De esta manera, la vida
cultual de la catedral y la comunidad serían una perfecta armonía. De esta
manera, también los gastos y los ingresos que se puedan producir serían administrados
en concordia con la catedral en la que se integran. El monasterio sería
diocesano y la intervención episcopal sería plena.
No hace falta decir que
una catedral de este tipo lo mejor es que tuviera un monasterio masculino y
otro femenino. Unidos a la catedral, con sus dos huertos, pero con sus
clausuras totalmente independientes.