Ayer me vinieron a ver
nueve jóvenes brasileños camino de la JMJ. Compartí comida con ellos y tuvimos
misa en un convento. Me lo pasé muy bien el tiempo que estuve charlando en la
mesa. Además, qué bondad transmitían, qué fervor puro en unos jóvenes
totalmente entregados al seguimiento de Cristo. Me insuflaron fuerza, de verdad
que fueron como una brisa de mar en una cálida mañana de verano.
Sea dicho de paso, cuando
caminamos veinte minutos bajo el sol del mediodía hasta el VIPS más cercano,
aquello fue para ellos como la travesía del desierto. Hay países tropicales
donde nunca hace frío, pero tampoco tienen las temperaturas extremas de nuestro
julio.
Pero cuando entraron en
el inmenso centro comercial con aire acondicionado, sus caras fueron como las
de los israelitas cuando penetraron en la Tierra de Canaán.