Las velas gruesas siempre
son un problema. Yo jamás las compro, pero siempre llega algún u otro regalo de
este tipo a los capellanes; o, por lo menos a mí, que me gusta usar velas naturales
en el altar, no velas rellenables de algún tipo de hidrocarburo.
Las velas gruesas tienen
el problema de que el pabilo cada vez está más profundo y acaba por no verse
ninguna llama. Esto se arreglaría con una sierra. No con un cuchillo, con una
sierra; la cera de estas velas es muy dura. Por supuesto que no hay ni un gramo
de cera en ese tipo de parafina.
Pero no es solo el
problema la sierra, sino cómo se pone todo al realizar esa operación de corte:
polvo, virutas. Las velas gruesas son un engorro.
Siempre trato de
solucionar el problema colocando un poquito de papel (formando una bolita) que
aumente el tamaño del pabilo. Si aumenta la llama, fundirá los bordes y volverá
a verse la llama de la vela.
Esto suele funcionar un
poco de tiempo, pero al final es un camino al desastre. La llama se desmanda,
funde completamente una parte de los bordes y la cera se derrama. Pero antes
que tirar una vela entera siempre lo intento. He vivido este desastre docenas y
docenas de veces.
En el altar siempre me
gusta colocar abundancia de velas y algún digno recipiente que expanda
incienso. Una persona me regaló una caja de madera alargada para barras de
incienso, sin ningún signo budista, que son los más frecuentes. Esta caja de
madera que parece costosa (no lo es) solo tiene motivos geométricos. Las velas
abundantes, el incienso, ennoblecen la celebración.