A veces, nos olvidamos de la asistencia del
Espíritu Santo a la Iglesia. ¡Y es tan real! Si hiciéramos el experimento de
crear un grupo humano con los mismos dogmas y sacramentos de la Santa Iglesia
Católica y se le dejara a ese grupo que evolucionara sin esa asistencia divina,
¿qué pasaría?, ¿qué resultado final tendríamos?
Pues bien, el experimento
se ha realizado: se llama Iglesia del Palmar de Troya. El resultado ha sido un
perfecto desastre. La visión de ese grupo sectario es un recordatorio de la
asistencia a la verdadera Iglesia. Nos fijamos mucho, demasiado, en lo humano. Pero
el Espíritu Santo es real.
¿Lo que digo de esa secta
palmaria es válido para los grupos protestantes? No, porque en el caso
palmariano quisieron hacer una réplica exacta de la Iglesia Católica. Mientras que,
en los grupos protestantes, son gente con fe en Jesús que se reúnen para
escuchar la Palabra. Como se ve, son dos casos muy distintos.
Incluso en los cismas,
como en el caso de monseñor Lefevbre, cabe una cierta dosis de buena voluntad, una
cierta dosis de error teológico del que no se ha sabido salir. Pero es muy
distinto cuando uno juega a ser Dios creando una réplica. La secta del Palmar
de Troya es un fenómeno digno de estudio para aquellos interesados en la
evolución de este tipo de grupos pseudocatólicos. Un grupo que se limita a
luchar contra su propio derrumbe a cámara lenta. Un grupo que se limita a una
sola cosa: conseguir que las propias pasiones humanas no invadan como zarzas absolutamente
todo, cada metro cuadrado de esa secta.
Si Dios no actuara, no tendríamos
un Palmar de Troya, sino cincuenta. Y, de entre ellos, una docena muy
extendidos por todos los continentes. Nunca, en la tierra, sabremos lo que Dios
ha impedido.