El retiro de las estatuas
de Colón está plenamente justificado por su afición a comer pájaros dodo (Raphus
cucullatus). Le gustaba el dodo asado sobre leña, la paella con dodo, la hamburguesa
de dodo: pechuga de pollo, 25%; dodo, 30%; ternera, 40%; más cebolla.
Se dice que en una cena
con Cortés, Pizarro y Magallanes se comieron no menos de 15 dodos. Matando al
resto, otros 6 vivos, tirándolos por un acantilado o jugando a la petanca con
ellos. Todas estas aficiones no ayudaban precisamente al restablecimiento de la
población de estas aves. Por más que ellas (de un modo instintivo) se
esforzaron todo lo posible por poner muchos huevos. Ah, no he mencionado antes
la Dodo Omelette con queso camembert, perejil y alcaparras. Con estas recetas,
era evidente que el dodo estaba sentenciado.
Todas estas cosas se
borraron de los libros de historia. Y así Cristóbal “Dodo” Colón lavó su imagen
convirtiéndose en el italo-americano que todos conocemos; en el personaje
civilizado que, al llegar a las costas de “ese gran país”, declaró
enigmáticamente: E pluribus unum.
Todo se arregló en los
libros y en las crónicas, pero lo único que no se podía arreglar era que ya no
había dodos por ninguna parte. De hecho, esta es solo parte de la historia;
otro día os contaré cómo Kangoroo Fried Chicken tuvo que cambiar por Kentucky
la primera palabra.