Hoy he tenido una
conversación telefónica con un amigo. Por supuesto ha sido una llamada de dos
horas: 1 hora, 58 minutos y 19 segundos para ser exactos. Dos horas de ondas
atravesando el entero Atlántico de un lado a otro: él en Washington D.C. y yo
en Alcalá.
Mi amigo es una de las
pocas personas con las que puedo pensar en voz alta. La confianza que tengo en
él es máxima. No muy grande, sino máxima, total. Hablamos de todos los temas,
desde los más personales a los más abstractos. Es una pena que no sea cómodo
hablar por teléfono tres personas, su esposa (a la que conozco) seguro que
sería una aportación grandísima.
El gran tema del que
hemos hablado, como siempre, es de los ángeles. También hemos comentado de
algunas cosas de detalle de la novela que estoy escribiendo. Sus sugerencias
son para mí muy valiosas. Mi amigo tiene un trabajo sobre asuntos prácticos (no
diré más), pero su gran interés es la teología filosófica.
En novela, esta tarde,
Pablo ha regresado a Tarso (en su tercer viaje) y visita a su familia por
última vez. En la comida, me he comprado un queso camembert que es uno de mis favoritos. Pero que tengo prohibido, me lo he prohibido a mí mismo, porque me lo como en pocos días.
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Os recomiendo, otra vez, el sermón 173, titulado "El amor de Dios es incondicional":