El dibujo y la caligrafía es del gran Denis Brown, al que admiro como calígrafo. El domingo llamé a un amigo catalán, escritor. Tuvimos una larga
conversación acerca de cierto país y los uigures, de la nouvelle cuisine,
de su tendencia a la diabetes (probablemente, ha acumulado mucho karma), de
Kapuchisnky (o como quiera que se escriba ese apellido eslavo), de la enolatría,
de como hay una librería en Barcelona (o cerca) donde su
libro y el mío reposan en dos mesas cercanas.
Y me hizo la mejor pregunta de todo este año: ¿Qué le responderías
a un periodista que te preguntara cómo resumir tu novela sobre san Pablo en un
titular?”.
Tuve que pensarlo. Era una pregunta genial. Resumir un año de
trabajo (de la última revisión) en una frase. Me encantan este tipo de retos. A
los periodistas, ya no se les suelen ocurrir este tipo de preguntas. Le contesté:
El fariseo de Jesús que se convirtió en el escriba del Reino.
A los periodistas ya no se les ocurren este tipo de preguntas,
porque los mejores pagados suelen venir a entrevistarte con ese brillo en los
ojos que parece decir: “Soy maravilloso, pero me voy a dignar a hacerte unas
cuantas preguntas para que todos vean que soy admirado con razón”. En ese tipo
de autoentrevistas, el entrevistado es solo el espejo deforme en el que el entrevistador
atisba a encontrar algo de su propio reflejo.
¿Pensáis que exagero? Me acuerdo de una importante cadena que envío
a una reportera (recién salida de la facultad de periodismo) a hacerme unas
preguntas. El cámara le explicó que el director le había dicho que venía
preparado para filmarme a mí, pero que ella ni siquiera tenía micrófono. La chica
le hizo sudar tinta porque exigió, a toda costa, aparecer en la entrevista. La cámara
hubo que colocarla cerca para que pudiera captar su voz en el sonido ambiente;
el ángulo, todo, se recolocó para que ella apareciera. Lo cual, por unos
problemas de la disposición de los muebles, fue complicadísimo. Yo no dije
nada, pero observé todo en silencio.