lunes, septiembre 20, 2021

He viajado a Teruel

 

El pasado jueves y viernes estuve presentando dos libros en Teruel. Dos autores me pidieron esa presentación conjunta de sus obras. Qué estancia tan placentera. Pero ahora no quería hablar de esos dos títulos (siempre estoy hablando de libros), sino de la ciudad.

Teruel es una de esas ciudades perfectas. El tamaño perfecto (36 000 habitantes), una estética que casi parece inmejorable, en medio de campos dotados de serena belleza. Los pobladores de esa capital de provincia tal vez piensen que todas las ciudades del mundo son más o menos parecidas. No saben la suerte que tienen de nacer, crecer y vivir allí. Sí, todo el mundo no es como la pacífica,  benigna y bella Teruel.

Después está la bella catedral, la única del mundo en estilo mudéjar: ¡esa techumbre pintada!, qué obra. Pero de entre todas las cosas que se pueden ver en la ciudad, la Torre de San Marín y la del Salvador son dos construcciones que, al natural, no te cansas de contemplar. No cualquier fotografía les hace justicia, hay que verlas in situ, con todos sus detalles.

Además, de camino pasé por el pueblo de mis abuelos, Maranchón. Mis abuelos paternos eran tratantes de mulas. Qué pena no haberles conocido en su trabajo. Cuántas cosas me hubieran podido enseñar. Qué vida tan interesante la de aquellos tratantes. Eran tratantes pudientes, tenían varios trabajadores a su cargo y el local donde guardaban las mulas era grande:  una verdadera nave industrial. Mis abuelos son todo un mundo que desapareció de mi vida antes de que me pudiera enriquecer con su trato... y con su cariño. Solo pude disfrutar un poco del de mi abuela, que me quería mucho. Ella tenía una llamativa resistencia al frío, algo genético. Qué pena el que disfrutara tan poco de su presencia. Un cáncer se la llevo.