Hoy se ha muerto el cardenal Amigo. En
Roma una vez me lo encontré en una calle lateral de la Plaza de San Pedro.
Estaba esperando a alguien. Se le notaba relajado, tranquilo y algo aburrido en
la espera. Como percibí claramente eso, me detuve a saludarle. Me preguntó
quién era.
—Soy el padre Fortea.
Se quedó pensativo y de pronto
exclamó:
—¡El cura el demonio! –hizo una
pausa y añadió—: Ay, perdón.
Le dije que no había nada que
perdonar. Y menos porque capto lo que piensa de mí el interesado cuando de pronto
me reconoce. En esto de captar los sentimientos que tiene la persona hacia mí,
soy perro viejo. Y percibí claramente que el purpurado no tenía ni el más
mínimo sentimiento hacia mí. De eso estoy seguro.
Es en esos momentos en que alguien
es sorprendido y tiene una reacción espontánea, cuando el rostro y el tono de
la voz son un libro abierto para el que sabe estar atento a captar los matices.
Así que amigablemente seguimos
charlando un minuto. No más porque no se trataba más que de saludarle.
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Llevo años observando y analizando. El
90% de las veces sé muy bien quién me quiere y quién no. En unos veo afecto
sincero. En otros no me cabe la menor duda de que alguien ha hablado muy mal de
mí. Más triste es cuando percibes en alguien burla. Me resulta sorprendente
siempre cuántas cosas se pueden ver en el interlocutor.
Hay sujetos a los que no conozco de
nada y cuya presencia resulta agobiante o viscosa o repugnante. No exagero,
algún perfecto desconocido me resultaba nauseabunda.
Al revés también, ya lo conté aquí o
en uno de mis sermones, no lo recuerdo. Me encontré con un mendigo en Roma en
cuyos ojos veía la mirada de Cristo. Por supuesto me esperé para hablar con él ¡y
casualmente me encontré con él uno dos días más! Si de mí hubiera dependido,
hubiera hablado cada día con él. Nunca, jamás, la presencia de alguien me ha
impactado tanto. Sin duda lo notó y no me importó lo más mínimo.
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Este vídeo es simplemente genial y
es ruso, sobre una granja: