El querido corrector de mis libros es chileno. Eso significa
que cada libro que escribo es enviado a la otra punta del mundo, y me es
devuelto pulido, limpio y bien restregado.
Pero esta vez pensaba que ya había pasado mi última
obra por sus manos, por sus benéficas manos. Pero, he aquí, que me había olvidado
de que él solo había enviado la segunda tanda de correcciones.
Mañana espero acabar de incorporar la tercera entrega
de erratas. Así que no me enviéis erratas porque mañana espero subir la versión
sin letras cambiadas de sitio o repetición de palabras. Lo peor es cuando me
envía una mejora que me sugiere al contenido del texto. Porque, entonces, tengo
que leer y releer el texto para captar dónde está la mejora, y algunas de sus
sugerencias son muy sutiles.
Si encontráis erratas en alguno de mis libros, no le
echéis la culpa a este amigo chileno. El pobre necesitaría estar náufrago en una
isla desierta para poder revisar toda la Biblioteca Forteniana. Pero su
capacidad correctiva me deja impresionado. No os podéis imaginar lo ardua que
es esa tarea, el tiempo que implica, y la cantidad de miles de páginas que ha
cribado. Este hombre ha sido un regalo de Dios. El Señor lo ha puesto en mi
camino.
Desde aquí y delante te todos, te doy las gracias.