Estoy de contento por haberme
sacado de encima esos kilos de más.
Durante los meses pasados, he logrado
quitarme ese cojincito adiposo que llevaba pegado a la tripa. En su peor
momento, más que un cojín, parecía un abrigo de grasa. Pero eso ya es historia.
Yo aquí dando la
impresión de ser un bon vivant y en realidad era un mal vivant.
Cuánto ascetismo. Lo malo de la humildad es que no se puede presumir de ella.
Pero sí, todo ha sido mérito mío.
Los que me conocen saben
que soy uno de los hombres más ascéticos del mundo, pero no hago gala de ello. Aun
así, la lucha ha sido dura. O, mejor dicho, habría sido dura si no hubiera
estado tan dotado de fuerza de voluntad. Menos mal, porque (como dijo otro) estuve
a dos kilos de que Greenpeace me protegiera.