Hace unas semanas, un
comentarista escribió lo mal hecho que estaba el, llamémoslo así, sistema
“constitucional” franquista. El régimen nunca tuvo constitución, pero una serie
de leyes fundamentales sí que ejercieron esa función.
Me llama la atención lo
mal estructurado que estuvo todo ese sistema “constitucional”. No puedo evitar
pensar que le pega el calificativo de infantil.
Además, se crea todo un aparato de organismos que no pasó de ser un puro
decorado: el poder siguió estando en manos de Franco sin que legalmente compartiera
ningún pedazo de la tarta.
Todo el poder con la
excepción de la justicia. El estamento judicial sí que fue perfectamente
independiente. A esta afirmación se le podrían añadir ciertos matices del todo
justos (si alguien era opositor abierto del régimen, no sacaría nunca las
oposiciones a juez), pero esos matices, en esencia, no desdicen la afirmación
general de que los jueces fueron independientes durante ese régimen
dictatorial.
Es curioso porque legalmente no compartió nada; y, sin
embargo, en la práctica, era un
gobernante encantado de delegar todas las funciones y que no se inmiscuía en
las decisiones de sus ministros. Paradojas de la psicología de las personas.
Pero, habiendo tan buenos
catedráticos de Derecho, en España, en esa época, ¿por qué esas leyes
fundamentales son una chapuza tan llamativa?
Me atrevo a suponer —una
suposición hecha después de leer tantas autobiografías y artículos sobre el
dictador— era muy sagaz en el arte de buscar colaboradores, en el arte de
manejar grupos y personas, pero siempre careció de un entendimiento
especulativo. Para él la política era el ejercicio del gobierno, con planes a
corto y largo plazo, pero con absoluto desinterés por el Derecho, con total
falta de visión respeto a las cuestiones jurídicas a largo plazo.
¿Nadie se lo hizo notar?
¿Nadie conversó sobre el tema en casi cuarenta años? Sin duda, sí. Seguro que
el tema fue abordado por alguien. De ahí que surgieran ese cúmulo de leyes
fundamentales, un cúmulo desorganizado. El tema se trató; pero, sin duda, escogió
a las personas no adecuadas.
Lo de llamar “democracia
orgánica” a su régimen me parece una broma, aunque no pocos defendieron una posición
tan indefendible.
Constitucionalmente, su
régimen fue una dictadura. Denominarle “caudillo” es una mera cuestión de
palabras que no cambia nada la realidad. Según el sistema aristotélico, su
gobierno fue monárquico, más monárquico que el de cualquier rey hispano que le
precedió. Los reyes hispanos estaban mucho más limitados por fueros y cortes. Yo
he manifestado muchas veces que NO soy monárquico, pero, con toda verdad, él fue
el último rey de España, precedido y seguido por reyes ya meramente simbólicos.
También resulta
sorprendente que nunca quisiera sentarse en el trono del salón del Palacio
Real, siempre se quedó de pie delante de ese trono. Aunque consta que sí que,
al principio, quiso trasladarse a vivir al Palacio Real y que fue Serrano Suñer
el que el aconsejó con energía que no lo hiciera.