Con la edad, cada vez tengo más claro, que los grandes placeres de la vida
son las dichas serenas: no un crucero, no un viaje al otro lado del mundo, no
estar en un lugar carísimo haciendo lo que sea. Los gozos mejores son una
comida tranquila con unos amigos, un paseo con un conocido, la llamada de un
antiguo compañero de la educación secundaria, asistir a una solemne misa (celebrada
con gran boato) en una iglesia muy bonita.
Dios, que todo lo hace bien, ha hecho que las cosas más accesibles sean las
mejores. Curiosamente, sucede también con la comida. Los más deliciosos alimentos
suelen ser lo más baratos de comprar.
Hay un libro sobre mi mesa, que todavía no he acabado, que se titula El
encanto de la vida sencilla.
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Esto que he dicho es justamente lo contrario de lo que piensan muchísimos jóvenes
de esta generación. Son tantos los jóvenes de ambos sexos que viendo a jugadores
de futbol, actrices, modelos, creen que también ellos deberían ser millonarios
y que la vida es injusta. Por supuesto que la mayoría no caen en esta ruptura
entre realidad y deseo. Pero esta generación es la que tiene un índice mayor de
jóvenes con esa ruptura entre lo que son y lo que están convencidos que
deberían ser. Los medios de comunicación han favorecido esta impresión de que
uno puede ser millonario sin hacer nada.
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A causa de los medios de comunicación, nunca tantas jovencitas han estado
convencidas de ser feas. Los medios de comunicación han creado (de modo inconsciente)
unas expectativas en los jóvenes de ambos sexos que la vida no puede
satisfacer. El cristianismo puede devolver a la realidad a la gente. El cristianismo
tiene la capacidad de hacer que uno ame lo que tenga, aunque se esfuerce por
mejorar su situación. Pero sin cristianismo son no pocos los que crecen en
frustración.
Eso también sucede en los matrimonios. Un cónyuge, después de años de casado,
comienza a preguntarse porqué él tiene que conformarse con lo que tiene en
casa. La televisión le lleva a un mundo de fantasía en el que parece que todos
son extremadamente felices menos él.
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El siglo XX fue el siglo en el que progresivamente, a nivel filosófico, se
fue quebrantando más el concepto de verdad. Y ese dar la espalda a la verdad ha
tenido ramificaciones cada vez más profundas. El cristianismo siempre es
realista y ayuda a amar la realidad. La resignación, tantas veces tan
denostada, es una virtud necesaria. La vejez es el tiempo en el que la
resignación será necesaria.