lunes, febrero 17, 2020

Misericors Deus Amabilis, 2ª parte



No nos damos cuenta de hasta qué punto el amor de Dios es incondicional. Yo llevo siendo sacerdote de Él durante un cuarto de siglo y reconozco que no he sido consciente de ello ni sigo siéndolo.

El amor de Dios no depende de que cumplamos unas condiciones, no depende de unas reglas, no depende de unas cláusulas. El Amor de Dios nos ha comunicado (para nuestro bien) unos mandamientos. Pero es para nuestro bien, no para el bien de Dios.

El Padre Celestial nos amará cumplamos o no esas reglas. Su amor no conoce ocaso, no desfallece, no disminuye. Él nos ama seamos como seamos. Y lo hace a cambio de nada.

¿Existe el infierno, existe el castigo divino en esta tierra, existe la ira de Dios? La respuesta es sí. Pero ni siquiera el peor de los apartamientos en el más profundo lugar del infierno (que es eterno) disminuye el amor que tiene el Hacedor por ese desgraciado ser finito que se ha apartado.

¿Qué no hará un Padre como Dios por apartar a un hijo suyo de ese dolor eterno? Lo hará todo.

Hagamos lo que hagamos, nunca entenderemos hasta dónde llega el Amor de Dios. Nuestra capacidad de hacer el bien no nos permite entender hasta qué alturas llega el Amor Infinito. Un amor que no nos pone ninguna condición para amarnos del único modo que puede Él: de un modo infinito.

Debo recordarlo (porque siempre doy vueltas a los santos mandamientos del Señor) que su amor es IN-CON-DI-CIO-NAL. No importa si hablo con un drogadicto, un ladrón, un alcohólico o un ser despreciable. El amor de Dios no es una verdad más de las enseñanzas de la Biblia. Dios es Amor, por eso es tan conveniente entender de qué amor estamos hablando. No, no es un amor como el pequeño amor humano lleno de miserias.

A todos los que me leen les puedo anunciar un gaudium magnum: Deus est! Et Deus est Amor.