Hay un tema en el que he cambiado de opinión y es la
cuestión de si la presencia eucarística permanece cuando se produce una
profanación satánica de la forma consagrada. Después de darle muchísimas
vueltas, reconozco que estaba equivocado: la presencia
de Jesucristo permanece, incluso en unas circunstancias tan espantosas
como esas.
Debo agradecer este cambio de postura a un texto
medieval que me envió un lector. No menciono por su nombre a esa persona porque
no le he pedido permiso. Pero su aportación fue, realmente, valiosa.
Podéis leer el artículo entero con todos los
argumentos en mi libro Ex scriptorio, pg. 90. También he cambiado la
referencia que a esta cuestión existía en Exorcística.
Si ese lector fue el que me hizo repensar la entera
cuestión, debo que agradecer a un amigo el espolearme hasta lograr la redacción
final de esa cuestión. Tiene gracia, porque él defendía con fuerza la primera
redacción de mi texto. Y, como le dije, la primera argumentación no era
incorrecta, era razonable. Pero Dios puede sorprendernos por elevación.
Cambiar la cuestión me llevó dos mañanas porque la
primitiva redacción de unas quince líneas hace años se transformó, hace cuatro
años, en unas seis páginas; y ahora los razonamientos se han ampliado hasta
llegar a catorce páginas. La reproducción de los textos sigue unas reglas casi biológicas,
en medio de otros libros ya petrificados.
He necesitado también parte de esta mañana para cambiar
la cuestión no solo en un libro, sino también en otro en el que mencionaba el
tema. Además, había que sustituir los archivos en Biblioteca Forteniana. Y, por
último, había que reescribir los links de descarga en este blog.
Hacer un cambio en un libro conlleva una cadena de
acciones, como veis. Pero, al mismo tiempo, ese esfuerzo lo considero
justificado, porque, y os lo digo con total sinceridad, me conmueve cómo un
texto perdido en una de mis obras es causa de que haya individuos que piensen,
argumenten y razonen con una profundidad que me sorprende. El lector puede
valer más que el autor. Por eso corregir un texto es algo que hay que tomarse
muy en serio. Y reconocer “me he equivocado” no es un desdoro. ¡En cuántas más
partes me habré equivocado y ni siquiera lo sospecho!
Lo que es un desdoro es la pertinacia. Uno nunca debe
escribir para vencer. La única victoria es la verdad. Y esta cuestión que
siempre la consideré muy menor en el libro en el que estaba inserta, ahora se
ha transformado en un escrito muy interesante. Por lo menos, a mí, me ha
acabado interesando muchísimo.