(Los grafitis me gustan mucho. Pero, hoy día, lo mejor de lo mejor está en el campo del concept art. Y si no véase la pintura que he puesto arriba.)
En mis posts, muchas veces he hablado de
“ultraprogresismo”. Algunos, sin duda, hubieran preferido que yo condenase el
progresismo a secas.
Hace unos días, he estado leyendo y hojeando la Enseñanza
de los doce apóstoles, la Epístola de Bernabé, El pastor de Hermas. También
algunas pocas actas de martirios del siglo II. En esa época apostólica, las
comunidades cristianas tenían las Escrituras y, como mucho, algún escrito de
este tipo. Pero, aunque también con la tradición, con la enseñanza reciente de
los Doce, es cierto que el contenido de la fe de esos primeros seguidores de
Cristo era muy sencillo, muy elemental, nuclear, esencial. No lo digo como
crítica. ¡Bendita época!
El desarrollo posterior hasta Trento y hasta el
Vaticano I no es una traición, es una fascinante historia de profundización, de
ramificación teológica que no cambia la esencia, que explicita lo que estaba en
la semilla.
Pero cuando los católicos alemanes piden ciertas cosas
(por ejemplo, la mayor inclusión de los laicos en la administración de
parroquias sin sacerdote) es algo que cabe en la fe. Para nada contradice la
doctrina que creían los que leían El Pastor de Hermas o la Didajé
o a san Ireneo. ¿Cabe todo entonces?
No, hay elementos doctrinales presentes en algunas
peticiones de fieles alemanes que, por poner un ejemplo claro, supondrían una
disolución de la unidad de doctrina entre Alemania y el resto de las iglesias
del orbe. En Lutero había elementos teológicos valiosos, pero también elementos
incompatibles con la enseñanza universal de los Santos Padres.
Por eso siempre condeno el ultraprogresismo y no el
progresismo a secas. Condeno el tradicionalismo (esto es, el tradicionalismo lefevriano),
pero no la mentalidad tradicional ni el gusto por lo tradicional. Se puede
profundizar y amar lo tradicional opinable sin salirse del camino justo. Los franceses
tradicionales suelen amar la estética y las costumbres galas del siglo XIX, mientras
que los ingleses tradicionales suelen amar las costumbres y estética medieval. No
hay nada malo en amar lo tradicional concreto, mientras no “excomulguemos” a
todo aquel que no le quiere entrar por ese aro.
El tradicionalismo excomulga toda desviación en lo
opinable, en lo mudable. La excusa siempre es que si se cede en lo opinable, se
abrirá una brecha y se acabará cediendo en la fe. Lo mismo pasa en el otro
extremo del arco, con el ultraprogresismo. En el fondo, con la excusa de la
libertad, se obliga a todos a pasar por el aro.
Vosotros,
siempre estad con la Iglesia, con la Iglesia como un coro. Siempre con el
colegio de los obispos, siempre con el vicario de Cristo.