Desde la primera vez que vi
el vídeo del ataque en la iglesia de White Settlement (Texas), me quedé
admirado de la rapidez, precisión y sangre fría con que actuó Jack Wilson. Un
hombre entró con un rifle y empezó a disparar a la gente. Pero solo pudo asesinar
a dos personas, porque Jack le disparó sin dudarlo y acertó en su cabeza.
Lo que hizo Jack puede parecer
un acto sin demasiada importancia, pero el vídeo me resultaba increíble: ¿cómo
pudo tomar las decisiones acertadas tan rápidamente y obrar con tanta sangre
fría?
Jack es un héroe. Muy
poca gente hubiera tomado la decisión correcta en tan poco tiempo y hubiera
procedido sin dudar. Muy poca gente.
Incluso personas
entrenadas, hubieran necesitado algunos segundos más para reaccionar, para sopesar,
para valorar. Una situación así inmoviliza durante un par de segundos. Y cuando
se hubieran decidido, los nervios les hubieran traicionado. Hasta un buen
tirador, en esas circunstancias, lo normal es que hubiera errado. Jack no. Eso
demuestra un carácter.
Cada segundo de duda podía haber significado otra víctima.
Y eso es lo que necesita
la sociedad, gobernantes que tomen las decisiones correctas y lo hagan con esa personalidad.
La personalidad se tiene o no se tiene, no se improvisa.
Hacer el bien, a veces,
es ayudar a un pobre herido. Hacer el bien es, a veces, hacer lo que hizo Jack. Los clérigos debemos decir que las acciones son moralmente buenas si son buenas, por sangrientas que sean. Y que son moralmente malas si son malas, por más que sean de la línea hippie de los años 70.
El bien y el mal es algo objetivo. Y si tengo un hijo en esa iglesia, espero que tome las decisiones alguien sin pájaros hippie-pacifistas en la cabeza, alguien como Jack.
Si Jack fuera católico y me pidiera la absolución, por el escrúpulo de haber derramado sangre, se la negaría: "No puedo absolverle de un acto no solo lícito, sino necesario. No puedo absolverle de hacer el bien".