Mi postura en todos estos
meses ha sido de apoyo al gobierno. La situación que se vivió era trágica y era
preferible no crear división dado que las medidas que se tomaban por el
Ejecutivo eran razonables. El clero, los políticos, todas las fuerzas sociales,
la misma entera población han remado en la misma dirección, en esta situación de
emergencia. Y eso ha sido loable.
Pero ya ha pasado casi
medio año desde la declaración del estado de alarma y considero que es momento
de hacer algunas nuevas valoraciones de tipo moral.
Permítaseme no fundamentar todo lo que voy a decir, sino ir más bien a las
conclusiones, para no alargar todo innecesariamente. Todo lo que tengo que
decir se puede resumir en estas afirmaciones telegráficas:
—Los países de Europa que
han tomado medidas muchísimo más laxas no han sufrido un Armageddón. Eso es un
hecho.
—Los países del mundo (hay
varios) que no han hecho prácticamente nada, tampoco han vivido un apocalipsis.
—El virus ahora no posee la
misma letalidad que en marzo. Lo que pudo ser prudente en marzo, puede no serlo
ahora.
—La afirmación de que no
se puede anteponer el dinero a la vida no puede ser un obstáculo absoluto
que impida toda serena discusión acerca de qué es lo más prudente hacer ahora.
—Si se levantaran las
medidas que están bloqueando la economía, se vivirían situaciones terribles.
Pero la cuantificación de lo “terrible” es el 0,6% de
letalidad en los infectados. Si, además, observamos que los mayores de 70 años concentran el 86,3% de los
fallecidos, obtendremos una valoración más realista acerca de qué estamos
hablando cuando decimos que el levantamiento de las medidas actuales llevaría a
situaciones “terribles”.
Por todo lo cual, sin salirme del ámbito de la valoración moral, se
puede afirmar que es lícito sostener que ha
llegado el momento de debatir si no es mejor que la sociedad vuelva a la vida
normal. Se trata de valorar los beneficios frente a la certeza de un hundimiento
económico al que no se le ve ningún final. No estoy hablando de política, sino
de un juicio acerca de lo lícito y lo ilícito.
Después de valorar todos
los pros y los contras, después de tener en cuenta todos los elementos y circunstancias,
mi opinión es que resulta preferible volver a poner en marcha la sociedad. Frente
a este juicio moral, otros opondrán la ilicitud de tal opción. Pero,
precisamente, de lo que estoy hablando es de la cuestión moral, de la cuestión
de la licitud. ¡Es lícito! Resulta opinable si tomar una opción o la otra o una
vía intermedia. Pero hay que decir bien claro que no es moralmente reprobable
la opción extrema de la reapertura de las relaciones sociales.
De hecho, aunque mañana
desapareciera el virus, el daño realizado a las relaciones sociales —las
personas que se han aislado en casa y van a seguir aisladas, las depresiones,
etc— ha supuesto un daño objetivo y profundo que tardará, estimo, que un
decenio en restaurarse. Y eso aun en el caso de que mañana se resolviese el
problema del virus. Cuanto más tiempo tarde, más profundo y duradero va a ser
ese daño.
El daño a la economía, ya
lo he dicho, va a suponer un verdadero cambio político en muchas naciones,
favoreciendo la aparición de regímenes autoritarios.