En la Revolución Francesa no todo
fue malo. Indudablemente encontramos dos cosas buenas en ella:
La primera, que solo
duro un año y medio.
La segunda, todas las
demás cosas buenas se reducen a la primera.
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Hoy por la mañana he estado
completando y añadiendo cosas al escrito de ayer acerca de cómo levantar una
catedral nueva en una diócesis que comienza y que no tenga dinero. Me ha
sorprendido lo fácil y económico que resulta mi proyecto: construir una nave
industrial con veinte habitaciones adosadas. Al principio bastaría con que esa
nave industrial tuviera solo una tercera parte de las dimensiones finales.
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Estos días hace un sol primaveral
óptimo para recargar mi organismo de inmensas cantidades de vitamina D. Me he
puesto a tomar el sol mientras leía la vida de Jesús de María Valtorta, ese
libro que leo y releo una y otra vez. En esa obra Jesús me predica a mí como
nadie lo hace. Esa obra supone para mi alma un sermón continuo, suave, que me
conmueve.
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Cuando vi la mesa en la que Putin habló
a Macron, me di cuenta de que lo fácil que es para una psicología narcisista
caer en la extravagancia. Esa mesa lo dice todo. ¿Cómo tu aventura con Ucrania
no va a ser una desmesura si la misma mesa donde te sientas a dialogar ya lo
es?
Ha habido pocos memes de esa mesa
porque el mueble ya parecía puro photoshop de meme. Un meme de aquello era una
redundancia. Pocos internautas han metido la cuchara en ese tarro.
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Xin Jing Pin tiene más clase. Eso
nadie se lo niega. Seguro que se ha sonreído sin hacer ningún comentario al ver
lo estrafalario del asunto. Habrá pensado con temor: “Este sujeto es tan dado a
excesos que igual cuando me vea pretende darme el Breso Breznev. Por si acaso
no me quitaré la mascarilla hasta que los dos estemos sentados”.