Recibo, con cierta
frecuencia, llamadas de personas con mucho sufrimiento que siempre plantean la cuestión
de que alguien les hace la vida imposible, de que hay un individuo hace lo
posible para hacerles sufrir. Esto existe, no es un mito.
Por alguna razón, alguien
se empeña en hacer sufrir a otro ser humano, y persevera hasta unos extremos
que resultarían poco creíbles si no lo hubiera visto con mis ojos.
Una vez comí con una
familia. Por alguna extraña razón, el padre siempre reñía al más pequeño de los
hijos varones. Yo era testigo de la escena y el pobre chico no hacía nada reprensible.
Pero el padre siempre le reñía a él, nunca a los demás. Y, además, lo hacía de
mala manera, con inquina.
Esto sucede en las
familias, en el trabajo, en el mundo clerical. Cuando me ha tocado sufrir esta
situación de alguien, no pienso en ello, no le doy vueltas. Pero cuatro veces
en mi vida, sin yo pedirlo, he visto que Dios no se ha quedado indiferente, que
ha actuado.
Pero yo perdono a todos,
de corazón; porque he visto, en la tierra, lo que es la ira de Dios. Así que perdono
a mis deudores de corazón con tal de no convertirme yo en diana de esa furia de
lo alto. El mejor modo de ser perdonado es perdonar.