jueves, noviembre 12, 2020

Perdona nuestras deudas

 

Recibo, con cierta frecuencia, llamadas de personas con mucho sufrimiento que siempre plantean la cuestión de que alguien les hace la vida imposible, de que hay un individuo hace lo posible para hacerles sufrir. Esto existe, no es un mito.

Por alguna razón, alguien se empeña en hacer sufrir a otro ser humano, y persevera hasta unos extremos que resultarían poco creíbles si no lo hubiera visto con mis ojos.

Una vez comí con una familia. Por alguna extraña razón, el padre siempre reñía al más pequeño de los hijos varones. Yo era testigo de la escena y el pobre chico no hacía nada reprensible. Pero el padre siempre le reñía a él, nunca a los demás. Y, además, lo hacía de mala manera, con inquina.

Esto sucede en las familias, en el trabajo, en el mundo clerical. Cuando me ha tocado sufrir esta situación de alguien, no pienso en ello, no le doy vueltas. Pero cuatro veces en mi vida, sin yo pedirlo, he visto que Dios no se ha quedado indiferente, que ha actuado.

Pero yo perdono a todos, de corazón; porque he visto, en la tierra, lo que es la ira de Dios. Así que perdono a mis deudores de corazón con tal de no convertirme yo en diana de esa furia de lo alto. El mejor modo de ser perdonado es perdonar.