viernes, noviembre 06, 2020

Viernes

 

En mi libro sobre san Pablo, ya estoy en la revisión final del último tomo. Voy por la página 141 de las 248 que tiene. Hoy ha comparecido ante el tribunal de apelaciones del César en Roma. Tribunal que he situado en la Basílica Julia. Espero no haber metido la pata en la localización.

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Hoy he abordado las memorias del almirante Dönitz. Un verdadero rollo. Estuvo como testigo en uno de los momentos mas fascinantes para cualquier historiador y sus memorias son plúmbeas. Como escritor, estaba dotado un don para poner sus ojos en todo lo más aburrido que pudiera encontrar.

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Hoy he salido a un parque a las 9 de la mañana y me he puesto en un banco a tomar el sol. Con el confinamiento he salido muy poco en los últimos meses. Confinamiento mental de casi todos los madrileños. Y los paseos que he dado, prácticamente todos, han sido por la noche.

Me he dado cuenta de que el sol apenas me ha dado sobre la piel. Eso es necesario para producir la vitamina D, la única que produce nuestro cuerpo y que no se puede compensar con una alimentación variada. Pues se trata de una vitamina existente en cantidades demasiado pequeñas en todos los alimentos.

Yo no sabía que la carencia de vitamina D produjese problemas cardiovasculares, en huesos y una mayor tendencia a la diabetes. Así que hoy he aprovechado el poco tiempo de sol que ha habido en el día para tomar el sol mientras leía. Durante tres cuartos de hora me he sumergido en esas aburridas memorias del almirante de la marina de Hitler.

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Estos días estoy viendo a trozos Alien Covenant. Me quedan unos diez minutos para acabar. Me gustan mucho todos los detalles de ambientación, mucho. Pero la historia ya no produce ningún interés, ninguna sensación. Me acuerdo la emoción de la primera historia. Todos la veíamos con los nervios a flor de piel. Cinematográficamente no era solo un estudiado ejercicio de tensión psicológica, era todo un ambiente que fascinaba a los espectadores. Por ejemplo, la atmósfera que se creaba al consultar a Madre en aquella sala blanca, sabiendo que ella conocía más de lo que decía. Solo esas escenas merecen un estudio detalladísimo en cualquier escuela de cine. Cómo se puede conseguir tanto con tan poco.

Y, sin embargo, esta película nueva, con tantos recursos, no acaba de penetrar en el alma del espectador. ¿Por qué? Porque es un mero derroche de presupuesto, un derroche formal; agraciado, sí; pero rutinario.

Mientras que Alien el 8º pasajero fue una obra realizada con pasión. Se nota que el guionista vivió la historia. En la última entrega, como en las anteriores, el guionista se limitó a recibir un encargo. Por eso la primera historia transmite la emoción del creador, y las siguientes entregas transmiten el impecable trabajo (pero frío) de un equipo asalariado por unos estudios.

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Cuánto me gustaría que mi novela sobre san Pablo transmitiera pasión, emociones, que fuera reflejo de una vida, un reflejo auténtico. En mi Cuando amanezca la ira estoy convencido de que lo conseguí.