domingo, noviembre 29, 2020

Tres hombres iban caminando por un desierto; según algunos, un desierto postconciliar


Tres almas rebeldes vagaban en un desierto: Lefevbre, Viganó y Hans Küng. Son pobres desterrados cuyas ideas no encontraban alojamiento en ningún corazón caritativo.

De pronto, Viganò divisa con sus potentes gafas católicas una lampara sacada de las mil y una noches.

A punto esta de frotarla consciente de sus propiedades mágicas, cuando es reprendido por Hans Küng: ¡Querías pedir el deseo sin decirnos nada!

Viganó pensó, aunque no dijo nada: Sí, claro, voy a dejar que seas tú, un hereje, el que pida el deseo.

Lefevbre: Mucha tradición, Viganó, pero ¿será necesario llamar la atención acerca del pequeño detalle de que se trata una lámpara mágica?

Hans Küng: ¿Podemos estar seguro de que lo que salga de la lámpara no sea un hada madrina?

Lefevbre: Bueno, contra las hadas madrinas no tengo nada, porque no existen. Se trata de un elemento folclórico, infantil, inofensivo. Ninguno de mis sacerdotes ha predicado nunca contra las hadas madrinas. Aunque no estuvo seguro del todo de que alguno de sus presbíteros hubiera predicado contra las hadas madrinas o los Siete Enanitos.

Los tres hombres no sabían qué hacer. Frotar la lámpara y hablar al genio/hada-madrina era algo que había que hacer con tranquilidad, no se podía hacer entre gritos y empellones. Ninguno de los tres se vio con fuerzas para escapar corriendo de los otros dos. El consenso era necesario.

Ya sé lo que haremos, dijo Viganó...

Entonces Lefevbre advirtió con toda tranquilidad, sin abandonar su tono flemático: No quiero meter más presión a vuestras decisiones acerca del tema que nos ocupa, pero ¿eso que se acerca hacia nosotros no es un león?

To be continued.

(Ja, ja, ja)