miércoles, enero 13, 2021

La fraternidad universal no es pecado

 

Dada la inmensa notoriedad que han tenido las últimas declaraciones del cardenal Muller sobre la fraternidad, voy a dar mi modesta opinión.

Primero de todo, he comprobado en la fuente original, en italiano, que las traducciones fueran correctas; también el contexto.

Segundo, por más que aparezca en un medio público, los periódicos más serios nos han demostrado en numerosas ocasiones como lo que coloca entre comillas un periodista no necesariamente lo ha dicho el entrevistado. Es más, esto es bastante frecuente.

Hechas estas salvedades el cardenal habría dicho:

 Cualquier llamada a una ‘fraternidad universal’ sin Jesucristo, el único y verdadero Salvador de la humanidad se convertiría, desde el punto de vista de la Revelación y teológico, en una loca carrera en tierra de nadie, si el Papa, cabeza de todo el episcopado, no reuniera siempre nuevamente a los fieles en la explícita confesión de Pedro a Cristo, hijo de Dios viviente.

En italiano, para el que le interese y con algo más del contexto:

Ogni appello ad una “fratellanza universale” senza Gesù Cristo, l’unico e vero Salvatore dell’umanità, diventerebbe, dal punto di vista della Rivelazione e teologico, una corsa impazzita nella terra di nessuno, qualora il papa, a capo dell’intero episcopato, non riunisse sempre nuovamente i fedeli nell’esplicita confessione di Pietro a “Cristo, il Figlio del Dio vivente” (Mt 16, 16). Per questo la Chiesa del Dio trino non è in alcun modo una comunità di membri di una formazione religiosa umanitaria, che potrebbe fare a meno del Dio uno-trino personale ed essere condivisa persino dagli atei, nel senso dell’identificazione panteistica dell’essere con la finzione personificata del dio di Spinoza (deus sive substantia sive natura).

Bueno, en esto no estoy de acuerdo con lo que ha dicho el cardenal. Por supuesto que hay base filosófica para una fraternidad universal de la humanidad. No voy a argumentarlo porque no quiero insultar la inteligencia de mis lectores.

No solo eso, hay todo un esfuerzo para fundamentar bien esa fraternidad desde un punto de vista teológico. Es decir, no tengo la menor duda de que este siglo, el XXI, verá la construcción de una teología común.

Esa teología común no solo nos ha llevado ya a una mera colaboración, sino a que el papa Benedicto asista a las vísperas solemnes en la Abadía de Westminster o a que el papa Francisco hay elogiado lo positivo de la religión musulmana.

Que el futuro conllevará un creciente número de actos ecuménicos, de oraciones en común, de reuniones para concertar políticas de común acuerdo en la Ciudad de los Hombres, no me cabe la menor duda.

La figura del papa está llamada a trascender los moldes de la Iglesia Católica para iluminar y guiar a la entera familia cristiana. Y, al mismo tiempo, tiene que desbordar esos moldes de la familia cristiana para hacer otro tanto con los demás creyentes del único Dios.

Eso requiere no solo de palabras, sino también de gestos, que pueden ser ceremoniales y hasta rituales. Eso requiere la creación de un lenguaje que sea inclusivo (con los otros creyentes en un Padre común), un lenguaje que no ofenda.

La fundamentación de esto en el Antiguo Testamento está clara, no voy a citar pasajes. Y ya no digamos en el Nuevo Testamento. ¿Será necesario recordar que los cristianos siguieron subiendo al Templo a orar? Sin duda, también a participar de la liturgia del Templo, realizada por un clero aarónico. ¿Será necesario recordar el voto que hizo san Pablo en el Templo? En mi novela sobre san Pablo, explico con minucioso detalle qué implicaba ese voto. Desbordaría el espacio de un post explicarlo.

¿Acaso el amor entre los cristianos anula la fraternidad de la familia humana de la época prediluviana? ¿Acaso lo sobrenatural anula lo natural?

No pocos cristianos están un poquito radicalizados en sus juicios sobre las personas. Han confundido ser antiabortistas, con la necesidad de considerar a Biden y su vicepresidenta unos monstruos. A un católico puede no gustarle el presidente de España, Sánchez, pero no hay obligación moral de odiarlo.

La mente de demasiados católicos está en ebullición con el fuego de absurdos vídeos de Youtube. Todo son conjuras. Detrás de todo, está Rothschild, el clan entero. Detrás de cada nombramiento episcopal, están los nanorobots de Bilderberg. La mirada de mi carnicero es la típica de un masón escocés libre. Mi zapatero envuelve las cajas con los pliegues propios de los participantes en aquelarres. Después no es de extrañar que si nieva, no sea nieve real.