viernes, febrero 12, 2021

Las lecturas acaban formando un itinerario


Los post de los últimos días se basan en este vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=e2aUvhfWM3w&t=396s

Este vídeo me parece fascinante. Mi dedicación a la teología no le llega ni al tobillo a este arzobispo emérito. Eso sí que es dedicarse a la teología toda una vida. Pero ver ese vídeo me animó a explicar mi pequeño itinerario.

...........................................

Por acabar el tema que comencé hace dos días, mi evolución teológica, diré algo más. Buena parte de mi vida me basé en santo Tomás de Aquino y Michael Schmaus. Por supuesto que estos fueron dos pilares esenciales a cuyo alrededor había otros muros, columnas y contrafuertes: Royo-Marín, Prummer, Nolding, Dentzinger y los manuales de la universidad. Su manual de metafísica tuvo una influencia profundísima hasta el día de hoy.

............................

Hice la licenciatura en teología, pero en medio de mucho trabajo como párroco. No solo no disponía de tiempo para dedicarme a descubrir nuevas regiones teológicas, sino que, además, todavía no era yo muy maduro. No aproveché la oportunidad que esos profesores me brindaron. Pero, insisto, no era solo la falta de tiempo, también fue una clara falta de disposición por mi parte. Tampoco debo ser muy duro conmigo mismo. Creo que buena parte de mis compañeros, no todos, estaban en la misma situación que yo.

........................................

La teología no avanzó en mi mente absolutamente nada durante los años siguientes. Leía espiritualidad: Relatos de un peregrino ruso, Filocalia, La Parábola del Hijo Pródigo. Pero no leía teología. Varias veces intenté adentrarme en las obras patrísticas. Pero reconozco que, por más que lo intenté, no suscitaron mi interés.

...................................

Durante el doctorado en Roma, descubrí la teología centroeuropea del posconcilio. Todo un descubrimiento. También todas las obras académicas de autores protestantes. Todo esto me abrió horizontes insospechados. Roma también supuso el descubrimiento de las Sagradas Escrituras. Las llevaba leyendo desde mi primer año de seminario, pero ahora aparecían con un fulgor deslumbrante, como sorprendente fuente de teología.