Cuando escribí el post de ayer, la
verdad es que esperaba que me diera su opinión una persona, y me la dio por
email.
La gente común no sabe lo difícil
que es sintetizar el mandato de un presidente de gobierno en diez o quince
líneas. Lo mismo se puede decir de un arzobispo.
Todo el mundo juzga a la ligera. Saca
conclusiones con muy pocos datos; y lo que es peor todavía, dando por
descontado que esos pocos datos son verdaderos.
Me acuerdo que, una vez, un amigo
cuyo buen sentido y bondad están fuera de toda duda llamó “obispo absentista” a
monseñor Guerra Campos. Los que conocemos su figura sabemos que si hubo un
obispo dedicado a su diócesis y solo a su diócesis fue precisamente este.
Aquel comentario fue un recuerdo,
aplicable también a mí, de que podemos sacar conclusiones muy injustas. ¿En cuántos
errores no incurriré yo sin darme cuenta?
Ser acusado en falso es lamentable,
pero a veces es que alguien es acusado precisamente en la materia en la que su
virtud es heroica. Me recuerda lo que escribí en otro post hace años:
Curiosamente, en 1722, cuando Bach
solicitó el puesto de director en Leipzig, había cinco músicos como posibles
candidatos. El consejo de la ciudad ofreció el puesto a dos de esos cinco. Pero
declinaron la oferta. Bach obtuvo el puesto. Pero como comentó un miembro del
consejo municipal: Ya
que no podemos conseguir al mejor, tenemos que contentarnos con el mediocre.
Una pequeña muestra del mediocre
titulada: Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias:
https://www.youtube.com/watch?v=KUqvCr7SOok&t=1166s
Conclusión, no juzguemos. Somos tan
tontos que no nos damos cuenta cuando nos equivocamos. Levantamos la espada en
alto, la zarandeamos, inconscientes de que hacemos el ridículo.