En este blog he hablado un nutrido número
de veces acerca del concepto de soberanía. Las
implicaciones que tiene ese concepto son numerosas. Una de ellas es saber dónde
está la raya de lo lícito y lo ilícito, de lo permisible y de lo no permisible,
de lo legal y lo ilegal.
Hitler dijo muchas cosas para
justificarse, pero hay un hecho insoslayable: él
fue el que atravesó la frontera de Polonia. Aquel payaso vestido de
uniforme repitió una y otra vez que fueron los polacos los que le atacaron;
pero él fue el que atravesó la frontera.
He estado leyendo las “razones” que
dan los medios rusos para justificar una invasión de Ucrania. Dan muchas
razones, pero un hecho es innegable: si hay guerra, la habrá porque Putin atravesará la línea de la frontera ucraniana.
Esto es como si en un juicio el
acusado ofreciera mil razones para su defensa, pero la acusación le repitiera: “Sí,
pero usted fue el que clavó el puñal sobre su víctima”. Sin duda, Caín estaba
convencido de tener muchas razones para atacar a Abel.
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Los tiranos, los déspotas, los dictadores
atraviesan muchas líneas morales en sus propias naciones. Pero lo que marca una
diferencia cualitativa es cuando su obrar penetra en una jurisdicción que no es
la suya, y la atraviesan de un modo físico. Penetran en una soberanía ajena apelando
(por vía de facto) que su autoridad se impone sobre la ajena. Nos alejamos del
concepto de Ley para aferrarnos al hecho de que mi voluntad se
impone sobre cualquier otro concepto de racionalidad. La razón lleva a la justicia.
En el fondo es la voluntad frente a la razón.
No creo que Moscú
invada Ucrania, ni siquiera una franja, sabe que el precio para la economía sería
demasiado grande, con consecuencias para su propia pervivencia en el Poder. Lo tremendo
es que ese ser humano con poder ha dejado claro que está dispuesto a matar con
tal de que sus decisiones se impongan en el espacio de su soberanía y fuera de
ella. Repugnante.