viernes, junio 09, 2023

Qué no es la episcopalidad


Mañana será ordenado como obispo de mi diócesis don Antonio Prieto. Ayer tuve una larga conversación con un amigo acerca del aspecto místico de lo que supone una ordenación episcopal.

Después de darle vueltas al asunto, mi opinión es que la configuración sacramental con Cristo Sacerdote se produce en su casi totalidad en el segundo grado del sacramento del orden. El primer grado supone sacramentalizar una función, la de servir; el tercer grado sacramentaliza otra función, la de pastorear a los pastores.

Alguien alegará que el obispo también pastorea a los laicos. Cierto, sin ninguna duda, pero, en la práctica, el gobierno de los obispos suele ser lo que he dicho, por más que el prelado predique aquí y allá, o se reúna con tales o cuales grupos.

El presbítero que preside una gran y solemne concelebración, en la catedral, con todo el boato posible, ya representa a Cristo Sacerdote en esa liturgia. Si la presidencia la realiza un obispo, esa presidencia no tiene un grado sacramental superior respecto al misterio de la Eucaristía. Observemos que durante la parte eucarística de la misa va revestido exactamente igual que un presbítero, ni siquiera lleva solideo.

Alguien me dirá que porta el pectoral y el anillo. Pero esos son símbolos de autoridad, no de una potestad sacramental superior (salvo la capacidad de conferir el sacramento del orden).

¿Qué quiero expresar con esto? Pues lo reitero: la configuración con Cristo Sacerdote se produce ya, en su casi totalidad, en el segundo grado del sacramento del orden. La episcopalidad no añade ninguna potestad superior respecto a la Eucaristía u otros sacramentos (salvo el orden); que, aunque los administre un presbítero, lo realiza in persona Christi.

Por eso, en cierto modo, alguien puede afirmar que siente una vocación al presbiterado, pero no al episcopado. Por decirlo de un modo contundente: existe una vocación a confesar, bautizar, visitar enfermos, dar catequesis… Pero no existe una vocación a mandar, al honor, a ser situado por delante de los demás pastores.

He dicho en cierto modo porque, ciertamente, sí que alguien puede sentir un licito y purificado amor hacia las labores episcopales, y Dios mostrarle (a través de ciertos signos) que le llama a ejercerlas. Puede mostrárselo través de ciertos signos o confiriéndole una convicción interna clara. En ese sentido, sí que existen sacerdotes que sienten que Dios les llama a servirle en ese tercer grado del orden.

Pero, como norma general, la vocación es a servir, no a ser colocado en un puesto de honor. Una jovencita puede sentir vocación a ser monja, pero no a ser priora.

Todo lo cual nos muestra que nadie puede desear el episcopado para completar su sacerdocio. El sacerdocio en su segundo grado no es incompleto, no es imperfecto.

La episcopalidad sacramentaliza una función, pero no conlleva una mayor unión con Cristo.

Ahora bien, en las grandes liturgias catedralicias, con toda la pompa propia del primer templo de la diócesis, sí que se expresa, al colocar al obispo en la presidencia, ese sacerdocio de un grado superior. Sí que hay un aspecto misterioso en el que el obispo es la cúspide del sacerdocio de su diócesis. En ese aspecto mistérico, mi opinión, no es que el obispo esté más configurado con Cristo (respecto al segundo grado del sacerdocio), sino que está consagrado para ejercer la función de reunir todas las oraciones de su presbiterio y ofrecérselas a Dios.

El sacerdote reúne las oraciones de los laicos y las ofrece al Señor en el altar. El obispo reúne las oraciones de sus presbíteros y las ofrece en el altar.

¿Por qué este aspecto mistérico del ejercicio del sumo sacerdocio de la diócesis no supone una sustancial mayor configuración con Cristo? Pues porque si fuera así, si hubiera una grandísima mayor configuración con Cristo, ¿por qué no otorgarla a todos los presbíteros? ¿Por qué dejar a todos en una configuración muy inferior con Cristo?

Parece más claro que la configuración con Cristo Sacerdote se otorgue sustancialmente en el segundo grado, y que el obispo ejerza (con una situación sacramental muy parecida a la del segundo orden) un sacerdocio representativo superior.

A favor de la tesis que sostengo, está el que Dios hizo lo mismo respecto al papado en relación a los obispos. Si nos fijamos, el paralelismo en el campo de la configuración sacramental es el el mismo entre el papa y los obispos, respecto al obispo y sus presbíteros. Dios no quiso sacramentalizar la función del papado, pero sí que le otorgó un misterioso sacerdocio superior respecto a los obispos; pues el papa puede elevar sus manos ofreciendo todas las oraciones de los obispos del mundo.

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Ciertamente, el tercer grado del orden supone una nueva consagración, supone el comienzo del ejercicio de un sacerdocio superior (recoge las oraciones de sus presbíteros y de toda su diócesis) y se le añade una potestad sacramental más. Pero, en mi opinión, uno no queda sustancialmente más configurado con Cristo, simplemente se sacramentaliza la función de mandar.

Lo que sí que se puede afirmar es que el obispo queda más configurado con Cristo Cabeza; no con Cristo Sacerdote, sino con Cristo Cabeza. Son dos funciones distintas, aunque Jesucristo haya querido unir el gobierno eclesial con el sacerdocio sacramental.

Sí, cierto, es tan importante y tan sagrada la función de mandar a los pastores (los presbíteros) que el obispo queda consagrado de un modo diverso (en el tercer grado) para ejercer esa tarea. Eso significan gracias, inspiraciones, iluminaciones.

De hecho, el presbítero también queda configurado con Cristo Cabeza para ejercer como cabeza del rebaño que se le asigne. El obispo recibirá gracias específicas para ejercer esa tarea. Pero sin hacer de menos esa afirmación (al revés, creo que es algo misterioso y muy grande), también el presbítero puede contar con gracias específicas para gobernar su rebaño desde el momento en que fue configurado con Cristo Cabeza para ejercer esa tarea según el segundo grado del orden.