martes, junio 20, 2023

Todo esto te daré...

 

Cuando comencé a ver la película de la que hablaba ayer, quedé atrapado desde el primer minuto. La vi con otros tres curas, después de cenar. Los tres nos quedamos absortos ante la gran historia que se desplegaba ante nuestros ojos. Se necesita más de una hora para descubrir que la narración va más allá de la transformación de un buen abogado en un ser que solo piensa en el dinero, en la victoria judicial, en su gloria profesional.

Si la película se hubiera quedado en eso, ya eso la habría convertido en la mejor película que he visto acerca de ese tema de ese tipo de evolución moral: paso a paso, batalla a batalla, decisión tras decisión.

Pero la cinta iba mucho más allá. Entró en lo teológico de lleno. Al final, se ve que lo teológico no era un elemento más, era el centro de todo: todo giraba alrededor de lo lícito y de lo ilícito, del bien y del mal. La serpiente que trepaba en el Árbol del Mal, la serpiente que seguía viva. Todo ello expresado tan rotundamente como un tímpano medieval. Todo expresado como una rotunda página acerca del Leviatán en el Libro de Job.

Esta vez, eso sí, escuchando la versión del Rebelde. Pero para nada es una apología del infierno. Todo lo contrario: el demonio no puede hablar con más contundencia, con más libertad, sin ningún freno. Y, sin embargo, todos los que lo escuchan no pueden menos que gritar: ¡Preferimos servir en el cielo que reinar en el infierno!

No tengo la menor duda de que al Diablo, que existe, no le hizo ninguna gracia esta película. Se sintió ante ella como ante la pintura de una iglesia, solo que esta pintura no es una más, sino una obra formidable que iban a contemplar más de cien millones de espectadores. La rabia final del Lucifer de la película es la rabia verdadera que existe el auténtico Maligno: está insuperablemente reflejada esa rabia de la derrota.