Hace unas semanas, como ya os dije, leí sobre las
religiosas mexicanas del siglo XVIII. Del libro Las esposas de Cristo de
la profesora Asunción Lavrín, entresaqué algunas citas que hoy pongo aquí:
Las familias más solventes acostumbraban encargar un
retrato de sus hijas vestidas para su profesión final. En el siglo XVIII la
moda era cubrir la cabeza con un alto tocado con forma
de corona de flores de cera.
El sermón de la profesión formaba parte del rito
ceremonial: un comentario de coronación dirigido a los asistentes que hablaba
sobre el temperamento espiritual de la monja y el significado de su profesión.
El sermón del sacerdote era, sin duda, un signo de opulencia que los padres de
monjas profesas adineradas se daban el lujo de costear
e incluso de mandar imprimir posteriormente.
Otra cosa que me sorprendió de la obra de Lavrín fue
la presencia de sirvientas:
Orar, hacer labores de aguja, tocar instrumentos
musicales, cantar y asistir en los trabajos conventuales diarios fueron todas
ocupaciones aceptables para las monjas profesas; pero en torno a los velos
negros y blancos innumerables sirvientas y esclavas personales se esforzaban diariamente
en el convento, sirviendo a sus señoras y realizando los trabajos más pesados
del claustro. incluso las capuchinas y las órdenes descalzas tenían sirvientas
para realizar los trabajos más degradantes de la comunidad.
Las sirvientas provenían de los estamentos sociales más bajos de toda la población; generalmente eran mujeres indias, mestizas o de ascendencia africana, cuyas familias veían en el convento un sitio seguro para trabajar y vivir a cambio de comida y refugio. Lo normal era que permanecieran siempre recluidas en el convento y sólo recibieran permisos ocasionales para visitar a sus familias. De hecho, algunas podían pasar su vida entera en el convento sin recibir a cambio otra cosa que su manutención y vestimenta.
Santa Teresa de Jesús insiste en que el convento en el
que ella había profesado era un lugar relajadísimo. Lo llega a llamar “Babilonia”
con gran sentido del humor. Pero estos otros conventos no se quedan a la zaga.
Obsérvese lo que sigue:
Las sirvientas provenían de los estamentos sociales más bajos de toda la población; generalmente eran mujeres indias, mestizas o de ascendencia africana, cuyas familias veían en el convento un sitio seguro para trabajar y vivir a cambio de comida y refugio. Lo normal era que permanecieran siempre recluidas en el convento y sólo recibieran permisos ocasionales para visitar a sus familias. De hecho, algunas podían pasar su vida entera en el convento sin recibir a cambio otra cosa que su manutención y vestimenta.
Y no se piense que estamos hablando de algo excepcional.
Los números nos muestran la decadencia de la vida monástica en esa época y en
ese lugar:
En la década de 1660, el convento de Santa Clara en
Querétaro era conocido por tener 500 sirvientas cuando
su población de monjas no alcanzaba las 100;
incluso se permitía a las novicias tener sirvientas. Los obispos y arzobispos
peninsulares recién llegados quedaron “estupefactos” al ver la variopinta
muchedumbre de mujeres en los conventos grandes, por lo que comenzaron a utilizar
el término de “relajamiento” para manifestar su deseo de reducir la población conventual.
Como se ve, ¡una vez más!, todo tiempo pasado no fue
mejor.