Al levantarme, he hecho
mis oraciones. La primera de todas, laudes. Después me esperaba un panetone con
leche caliente. He acabado de hojear aquí y allí El espejo de Herodoto. Lectura
en diagonal, muy superficial. He llevado mi coche, un Lancia Ypsilon, al taller
mecánico. Se había estropeado una luz trasera del freno. También he ido a
recoger mi tarjeta sanitaria. La que tenía se había desmagnetizado y no funcionaba.
He ido a un convento a
confesar. He preparado mi almuerzo: un poco de paella (que tenía congelada) y
pan con tomate. Un poco de chocolate de postre. Ha venido un conocido a dar un
paseo junto al río. Hacía mucho frío y mucha humedad. El cielo estaba gris.
He subido al hospital. Me
he preparado para la misa durante 20 minutos. He celebrado con devoción y
recogimiento. El altar estaba radiante con sus muchas velas, una docena; una
preciosa caja de madera (un regalo) impregnaba de incienso el altar.
Tras eso, he hecho mi
oración mental de la tarde. He atendido a una persona que ha venido a hablar
conmigo. De regreso del hospital hacia el centro de Alcalá, he dejado a tres
personas en sus lugares. De cena un poco de marisco congelado, un eco de las
celebraciones navideñas y pan tostado con anchoas. Las anchoas son otra
consecuencia de las compras de mi madre.
He jugado dos partidas de
ajedrez no muy largas y he salido a pasear una hora con otro amigo. Es muy raro
que en un día haya dos paseos. Hoy ha sido una excepción. Iba bien arrebujado
en mi manteo (sobre mi sotana), hace -1º. Pero mi capa es de lana recia. No he
sentido frío.
Regreso a casa. Qué calentita está. Ahora escribo este post, leeré un rato de Biblia, rezaré
completas. Me daré un baño de pies: una manía que se me ha metido en la cabeza
con la edad. Me gusta lavarme los pies antes de irme a la cama rezaré completas
y mañana recordaré qué he soñado durante la noche.