Tras superar el
coronavirus, me tomé la temperatura corporal durante tres meses para saber cuál
era mi temperatura normal. Nunca me la había tomado estando sano. Los resultados
son claros. Al levantarme rondo los 35º. Algunos días, al levantarme, tengo
34.5º. Durante el día, va subiendo. Por la noche, alcanzo una máxima de 35.9º. Pero,
alguna vez, sube unas décimas por encima de ese techo.
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Hoy he hecho una visita
al supermercado. Mi queso favorito es el camembert. Cuanto peor huela, más le
cambia el sabor a mejor, a más intenso. Otro queso que me gusta mucho es el
Chaumes de corteza naranja; otro queso que también huele a repámpanos. La cocina
entera se llena de su olor hasta que lo acabo. Un buen queso con un buen pan
crujiente de masa madre es un gran placer y que no requiere mucho tiempo.
También he comprado un
salami bien curado y lonchas de bacalao ahumado y después marinado con eneldo. Como
estoy seguro de que la economía se va a ir al garete, me he montado este
homenaje antes del hundimiento.
Dentro de diez años, estoy
seguro de que saldré feliz si he conseguido un poco de salsa de tomate.
Ah, también me he
comprado varias tabletas de chocolate relleno de mouse de avellana, un
chocolate sin azúcares añadidos; lo pueden tomar hasta los diabéticos y eso que
es chocolate con leche, como a mí me gusta. El negro es demasiado intenso.
Este chocolate vale lo
mismo que las tabletas normales, ¡lo mismo! Lo difícil es saber dónde lo
venden. En esta ciudad, solo allí. (Este no es un post patrocinado.)
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Gracias, Peregrino, por
los datos que me enviaste sobre la Rebelión de Bar Kojna. La escena de la
destrucción del Templo será una visión en mi novela de san Pablo. Será breve, una página, pero quiero poner algún hecho muy
específico, muy concreto.