lunes, agosto 17, 2020

Una calle de Belen en 1890

 

Ayer dije varias cosas en general que hoy voy a concretar.

Resulta evidente es que se dedican cantidades grandes de dinero a producir ciertas necesidades irreales, necesidades que solo tienen demanda porque han sido creadas.

La cantidad de dinero, por ejemplo, que se dedica al sistema de justicia es impresionante. En este gasto, hay que incluir los sueldos de los abogados, procuradores y otros "gastos menores"; que, en estos casos, nunca son pequeños. 

Voy a poner una hipótesis desaforada: imaginemos una sociedad que empleara el 25% de sus recursos al mero hecho de hacer justicia. Sería un despropósito, verdad. Pues no nos acostumbremos a que el ingente capital que mueve la justicia en España es algo natural, normal e inevitable. Es emplear recursos en algo que podría reestructurarse de otra manera.

En otros casos, hay pocas personas que tienen sueldos excesivos solo porque tienen capacidad para aliarse y parar el sistema.

Un ejemplo escandaloso es el de los registradores de la propiedad. Pero, desde los conductores de metro hasta los estibadores, son muchos que reciben unos sueldos que supone una desviación de recursos sin ningún sentido. Y podría poner ejemplos más clamorosos, pero no me quiero crear enemigos. Ejemplos en los que no es el trabajo ni la formación, sino la capacidad para organizar huelgas generales contra las que el Ejecutivo siempre tiene que ceder. Su única capacidad es resistir un tiempo y, al final, conceder parte de las demandas.

Hay especulación tóxica que solo crea problemas a todos y grandes beneficios a unos pocos.

Un ejemplo, el más sencillo, fue la creación de activos tóxicos (toxic assets), hasta 2007, que envenenaron el sistema financiero. Los problemas que crearon este tipo de productos crearon un dominó destructivo que tuvieron que pagarlo todos los contribuyentes. No hubo alternativa. Si no, todo el sistema hubiera caído y hubiera sido peor. Hubo una relación directa entre millones de personas que perdieron sus trabajos y la ingeniería financiera de unos pocos para crear productos falsos. El ejemplo de los activos tóxicos es el más sencillo de entender. Pero hay otro tipo de operaciones, más complejas, que solo benefician a unos pocos a costa de toda la sociedad. Soros podría hablarnos largamente de ello. Su legendaria operación contra la libra esterlina le costó a los ingleses muchísimos millones, él gano de una sola vez 1000 millones de dólares.

Una cosa más, de la que no hablé ayer. Se dan colosales ayudas a países del Tercer Mundo para el desarrollo. Aunque esas ayudas sean crediticias y sean supervisadas. Pero, aun supervisadas, una parte se va a las cuentas privadas de los políticos corruptos y también a las de los empresarios involucrados en los proyectos. Una parte nada despreciable de esos capitales dados para bien de una nación, acabará siendo despilfarrada en Suiza o en Singapur.

Dinero hay en el mundo, riqueza hay en el planeta. Pero está mal distribuida y regida por unos sistemas que nada tienen de racionales. Usted puede abrir una panadería en Madrid, en Moscú o en Tokio. Pero si quiere crear una empresa de altos hornos (ejemplo, totalmente ficticio), no basta con el dinero, se necesitan “otras cosas”. El modo en que transita el dinero por las venas del planeta tiene más que ver con redes de intereses, más que con el interés general.

La solución no es el comunismo ni el socialismo, por supuesto. Pero el sistema dista muchísimo de ser libre o racional. No es ni lo uno ni lo otro.