Ayer recibí las siempre sapientes
correcciones de un latinista respecto al segundo tomo de mi novela. Correcciones
de alguien que conoce magníficamente el mundo del siglo I. Por eso sus indicaciones son quirúrgicas. Los nescientes siempre tienen en la mano una maza, se dediquen a criticar un libro o la política.
Me corrigió, con toda
razón, algún desliz que yo había cometido con un nomen y un praemonen de un gobernador. Hay que estar muy metido en esas cosas para que algo así no se te pase por
alto. (En la vida hay que consultar. Pero siempre es mejor consultar al que sabe. Eso vale para la literatura y para la política.)
Sin embargo, no equivoqué
el nombre de Tabraca con el de Tabarca. El de mi novela está
bien. Es una ciudad norteafricana.
Me dijo que el nombre de
Britannia Minor aparece en los últimos decenios del siglo III. Lo he mirado y
tiene razón en que no existe ese nombre previamente. Lo he cambiado, como él me
sugirió por Armórica. Aunque tengo la duda de si un griego de oriente no
la hubiera llamado mejor Provincia Lugdunense, como también me sugirió.
Dicho lo cual, y aunque
lo he cambiado, estoy convencido de que el nombre Britannia Minor ya
existía en el siglo I. No lo he encontrado textos para confirmarlo.
Britones había a esos dos lados de la costa. Es natural que ese nombre surgiera
de forma natural. Aunque, de hecho, solo nos quede ese calificativo topónimo en textos
posteriores.
Y un último punto: ¿realmente
creían que la parusía era inminente en la época apostólica? En tantos artículos,
así se afirma. No es esa mi opinión. No descartaban una parusía cercana, una
vez que el Evangelio hubiera llegado a los confines del imperio, sin que
hubiera conversiones masivas, solo con la presencia de algunas comunidades.
Pero eso era todo. La impresión que tengo es que no lo descartaban, pero que
tampoco les parecía improbable una parusía lejana en el tiempo. Es curioso,
como unos pocos versículos han servido para que algunos exegetas hayan hecho de
ellos una montaña.