Hace un par de días escuché el comienzo de la banda sonora de Los
Goonies. Qué cantidad de recuerdos afloraron. Un José Antonio de diecisiete
años que fue al cine y se rio como pocas veces.
https://www.youtube.com/watch?v=JeRz1fEndd0
Es una de las películas que recuerdo con más cariño de mi adolescencia.
Tampoco entiendo porqué a todos nos gustó tanto.
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Ayer me visitó un compañero de cuando estudié Derecho Canónico. Me riñó
porque me considerara anciano. Le dije que no es que me considerara anciano.
Más bien me considero en estado precadavérico.
Si el médico me dijera que me quedan cuatro meses de vida, le diría que
llevo en ese estado mental desde hace quince años.
—Pero eso es horrible.
—O estupendo, según lo mire.
No puedo dejar de recordar al incomensurable Borges, nunca suficientemente
elogiado, cuando escribió:
¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante,
lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad.
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El hecho más gracioso que me ha ocurrido en todo este mes fue cuando un
amigo catalán me escribió hace tres días:
Esta mañana he visitado la librería más grande y céntrica de Barcelona, La
casa del Llibre, que también es la más cercana a mi casa. Por lo visto sólo
quedaba un ejemplar de Paulus y varias personas se han enzarzado en una pela
para conseguirlo.
Lo gracioso es que me lo creí del todo. Solo después cuando dijo: “Ahora en
serio...”. Para mí fue un chasco
tremendo. Me había parecido una descripción tan razonable de la realidad. Por
fin, la realidad comenzaba a tomar unos tintes razonables.
Me imaginaba yo en una librería, en una hamaca, con palomitas en mi mano,
con otros dos amigos a mi lado, comentando: “Jo, jo, qué bofetón la dado esa”.