Ayer, sábado, un chico joven, bien vestido, de unos 35
años, me paró en la calle. Me quería dar la mano, decirme como se llamaba,
contarme una historia de su hermano. Claramente vi que la larga historia de,
como mínimo 5 minutos, iba a desembocar en que le
diera dinero. Con respeto y amabilidad me excusé con que tenía prisa y le
pedí, por favor, que fuera al grano.
Efectivamente, que si le podía dar una ayuda. Lo que
sospechaba. Esta costumbre de los que te exigen dinero de darte la mano. “Los
que te exigen dinero”, no le he llamado pobre ni indigente. Es un
nuevo modo de pedir, la exigencia.
Le contesté que tenía que dirigirse a Caritas. Cuando
me alejaba, me preguntó a mis espaldas: ¿Conoce
usted la Biblia?
—Sí —le contesté.
—Yo creo que no —calma y una sonrisa maliciosa en su
boca.
—Hasta pronto —fue mi contestación carente de la menor
acritud. Al revés, en el tono quise dejar claro que no le guardaba el menor mal
sentimiento.
♣ ♣ ♣
Me alejé pensando que tenía razón. ¿Qué es conocer la
Biblia?
Conocer la Biblia es obedecerla, es ponerla por obra. Hay
un conocimiento meramente material y otro espiritual.
Con toda sinceridad me alejé pensando que él tenía razón.
A mis 53 años ¿acaso no estoy en el atrio de las
Escrituras? ¿Acaso no estoy comenzando o menos que comenzando? A estas alturas
de la vida, ¿no podríamos pedir con Felipe: Enséñanos al Padre?
Ese joven seguro que pensé que el cura con clergyman
(con un bonito panamá blanco sobre la calva) se marchó despotricando contra él.
No podemos juzgar.