Ya os he dicho que estoy leyendo La Regenta estos
días. Me llama la atención la muchísima vida social que existía en una ciudad
de 18 000 habitantes en 1885. Visitas de cortesía, cenas, paseos, el casino,
bailes, rifas, asociaciones, teatro con mucha frecuencia. En una sociedad sin
televisión ni teléfono, la gente lo último que quería hacer era encerrarse solo
en casa. Y eso que la familia estaba al completo en el salón de estar hasta la
hora de acostarse. Pero existía un deseo de “estar con los otros”. Solo un
amargado se encerraba en casa. Lo de encerrarse solo en la habitación no lo
hacían ni los amargados.
Nuestra sociedad no es consciente de lo que mucho que ha
perdido. Las visitas de sociedad ahora como mucho son una o dos veces a la
semana. Como mucho una mujer va al gimnasio con su amiga, o va de compras con
su amiga. Las cenas, las visitas son excepcionales, en la época de mis abuelos
eran diarias.
No nos damos cuenta de hasta que punto nos hemos
aislado. Y una vez aislados muchas familias han experimentado el alejamiento
respecto a los propios hijos adolescentes. Los jóvenes están encerrados en la
habitación, no quieren comer con la familia.
La vida antes era mucho más rica, más variada, más
humana. Ahora la vida es una existencia delante de una pantalla. Hemos sustituido
a la sociedad por Internet.
Antes el matrimonio era otra cosa. Las novelas de esa época lo dejan patente. La familia también era algo mucho más fuerte, algo muy presente, rebosante de lazos. Una ciudad ¡era otra cosa! Ahora, en muchos casos, un barrio no es más que una mera sucesión de pisos donde los individuos viven en soledad.
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Joven borracho de alcohol:
Si saben cómo me pongo, ¿para qué me invitan?
Putin ebrio de Poder:
Si saben cómo me pongo, ¿para qué me votan?