sábado, mayo 07, 2022

Sí, esta es mi casa. Creo que nunca os había enseñado dónde vivo.

 

Es broma. Soy un poco más "gótico" que eso, ja, ja, ja. Hoy voy a la primera comunión de una familia amiga. Es en un colegio de Fomento. Qué día tan bonito luce ahora tras la ventana de mi casa.

Hace unos días un lector de este blog me dijo por teléfono que le habían gustado mis reflexiones acerca del “yo” y el “no yo”. En su honor, ya que lo estimo mucho, vayan otras líneas sobre el tema.

El yo puede volverse un agujero negro. Eso se ve muy claro cuando el yo es investido de poder absoluto sobre una nación. Pueden hablar de amor a Alemania, de patriotismo por Rusia, del bien de la humanidad en Camboya (Pol Pot), pero en el fondo es el yo revestido de excusas, de andamiaje, de decorado. Es el yo revestido de un gran decorado, decorado de excusas.

En este tipo de casos se produce un cambio cualitativo en el interior del yo, en el modo de ser del yo, pues el yo cambia. Decía que se transforma en un agujero negro porque todos los demás yoes se sacrifican al propio yo, se miden por el propio yo. No hay límite en la cantidad de yoes que tengan que ser aniquilados por mi yo. Este tipo de sujetos no piensan en la otra vida. Creen que los envían a la nada. Y a pesar de creer eso, lo hacen sin dudarlo.

¿Y si las cosas salen mal? Este tipo de yo no admite que pueda acabar en una celda tras una sentencia de un tribunal internacional. Si las cosas salen mal, están convencidos de que tienen una salida siempre a mano: la aniquilación. Si tanto dolor, si tanta aniquilación ajena (a veces decenas de millones de yoes), no sirviera para nada a la postre, ¡mi yo dejará de existir!

Lo que no se admite es que el yo sea confinado a los estrechos márgenes de la realidad, una celda. Si una nación entera se vuelve estrecha para ese sujeto, una celda no entra dentro de lo admisible. Como el yo no admite la realidad, piensa que siempre le queda la escapatoria de la realidad, la nada. El final de este proceso es que tras enviar a la nada a muchos yoes (así lo piensa el tirano), el mismo yo se arroja a la nada. Un final previsible para ese conflicto entre realidad y yo. Así se evita la aceptación de la verdad, el choque entre la objetividad de la realidad, y el subjetivismo del individuo.

El que ha ido repartiendo muerte acaba siendo invadido por la muerte. En esa expansión del propio sujeto, en la que la nación se queda pequeña, siempre acaba habiendo un choque con la realidad. Y es esa realidad la que no se admite.