domingo, mayo 15, 2022

Nunca podemos juzgar. No sabemos qué hay dentro de la cabeza de alguien.

 

Ayer, sábado, un chico joven, bien vestido, de unos 35 años, me paró en la calle. Me quería dar la mano, decirme como se llamaba, contarme una historia de su hermano. Claramente vi que la larga historia de, como mínimo 5 minutos, iba a desembocar en que le diera dinero. Con respeto y amabilidad me excusé con que tenía prisa y le pedí, por favor, que fuera al grano.

Efectivamente, que si le podía dar una ayuda. Lo que sospechaba. Esta costumbre de los que te exigen dinero de darte la mano. “Los que te exigen dinero”, no le he llamado pobre ni indigente. Es un nuevo modo de pedir, la exigencia.

Le contesté que tenía que dirigirse a Caritas. Cuando me alejaba, me preguntó a mis espaldas: ¿Conoce usted la Biblia?

—Sí —le contesté.

—Yo creo que no —calma y una sonrisa maliciosa en su boca.

—Hasta pronto —fue mi contestación carente de la menor acritud. Al revés, en el tono quise dejar claro que no le guardaba el menor mal sentimiento.

Me alejé pensando que tenía razón. ¿Qué es conocer la Biblia?

Conocer la Biblia es obedecerla, es ponerla por obra. Hay un conocimiento meramente material y otro espiritual.

Con toda sinceridad me alejé pensando que él tenía razón.

A mis 53 años ¿acaso no estoy en el atrio de las Escrituras? ¿Acaso no estoy comenzando o menos que comenzando? A estas alturas de la vida, ¿no podríamos pedir con Felipe: Enséñanos al Padre?

Ese joven seguro que pensé que el cura con clergyman (con un bonito panamá blanco sobre la calva) se marchó despotricando contra él. No podemos juzgar.