lunes, septiembre 26, 2022

La decisión ante la cual no me resisto, sino que me dejo llevar

 

La foto es la medalla de oro en 2021 en el certamen One Eyeland Photography Awards. La he mirado largo rato, pero no sé si es un cultivo o el qué. Desde hace varios días me siento movido por los mejores sentimientos. Hoy también me han visitado dos amables colombianos con los que he almorzado. Otro sándwich de pastrami en buena compañía. Un buen almuerzo con gente agradable es un modo magnífico de descansar a la mitad de la jornada. Estoy en una edad en la que un sándwich me sacia completamente.

No sé por qué, pero mi trabajo en el hospital me llena de felicidad. Es siempre el mismo trabajo y tan distinto cada día. Cada enfermo es único e irrepetible. Además, nunca he sentido tanto la sacralidad de la unción de los enfermos. La seguridad de que algo desciende desde el Espíritu Santo hacia el alma que habita en ese cuerpo.

Hoy ha fallecido un hermano sacerdote. Fue mi sucesor en mi primera parroquia. Todavía no sé cuál ha sido la causa. Un poco más tarde llamaré a un compañero para enterarme, ahora estará celebrando misa en su parroquia. Es lo último que me esperaba. Tenía mi edad. Dada la edad, me imagino que habrá sido cáncer o el corazón; es solo una suposición. Decir que lamento su partida no es una formalidad. Después de la cena me he enterado de que ha sido un infarto.

¿Y si yo estuviera viviendo mi último mes de vida y lo desconozco? ¿Y si una arteria cardiaca está, silenciosamente, al límite de la obstrucción? ¿Y si un coágulo de grasa es lo único que marca la diferencia entre mi vida y mi muerte? ¿Y si vivo al borde del precipicio? ¿Y si el sermón 299 es el último que grabaré? ¿Será la novela que escribo el libro que, por fin, quedará inacabado? ¿Cuánta arena queda en mi reloj de arena? ¿Cuál será la decisión divina?