viernes, septiembre 09, 2022

Reflexiones a la muerte de Isabel II de Gran Bretaña

 

Observemos legalmente las funciones de la monarquía británica y la española: en esencia son las mismas. Observemos la bondad y defectos de los integrantes de ambas casas reales: más o menos son los mismas con la excepción de los tejemanejes de nuestro rey emérito.

¿Por qué entonces una monarquía es tan querida, sentimentalmente, y otra es considerada bastante insulsa?

No hay duda ninguna de la razón. La británica ha mantenido sus ceremoniales, sus vestiduras y lo que en latín se llama regalia. Entre las vestiduras nos encontramos a los beefeters, a los heraldos y a otros que no voy a mencionar por no alargarme. Entre los regalia están las coronas, los cetros, el orbe, la Espada de Estado, el gorro de descanso (el cap of maintenance), el trono y otros objetos que, de nuevo, omito por no alargarme.

La monarquía británica no son solo vestiduras y objetos, sino que es todo eso en movimiento, en acción, inserto en protocolos, pompa y tradiciones.

Sí, la pompa. No hay nada malo en ella cuando se da en el lugar y el momento adecuado. Hay momentos para ver una película que tiene lugar en una cabaña de una pradera de Iowa, en la que todos los protagonistas visten de pana. Y hay momentos para el despliegue de gemas y sedas que caminan sobre mullidas alfombras en el suelo y valiosísimos tapices en las paredes. Por más que algunos curas con guitarra de los años 70 nos hayan querido convencer de que hay que sentirse muy culpables por la pompa, eso no es así.

En mi blog, cuando busco fotos bonitas acerca de este tipo de cosas, tengo ingentes cantidades en relación a la monarquía inglesa. ¿Por qué no pongo fotos de mis monarcas hispanos? Pues porque en cantidad y calidad no encuentro lo mismo. La diferencia en cantidad es muy superior a cien veces más. El problema es que en calidad, la diferencia también es muy notable.

No considero a mi rey peor que a la difunta Isabel en ningún aspecto. Pero para poner una foto de un señor con americana y corbata, pues prefiero poner la foto de una monarca que además de serlo lo expresa visualmente. Me consta que Franco quería una monarquía con toda su parafernalia, a la inglesa, como la que vio en la corte de Alfonso XIII. Eso consta por algún comentario que hizo y que creo que lo leí en el formidable libro de Xavier Canals, Franco y los borbones. Pero, al final de su vida, le dijeron que el príncipe se inclinaba por una monarquía moderna. Y Franco comentó: La modernización de la monarquía es la república.

Todo esto que he dicho tiene su consecuencia para la Iglesia. Un obispo puede ser todo lo sencillo que quiera, pero el Vaticano es el escenario perfecto para una grandiosidad que va más allá de la monarquía inglesa. Incluso si un papa no desea para nada ocupar el lugar central de la pompa vaticana, ese micromundo debería ofrecer esa pompa, protocolos y ceremonias con todo su arsenal de cardenales, arzobispos y monseñores. Tal como lo describo en mi larguísimo libro titulado Neovaticano —quizá uno de los libros menos leídos de la historia ese ceremonial sería espectáculo puro y duro. Habiendo echado por la borda toda la vulgaridad de los prejuicios de la época de los Beetles, en ese Neovaticano propongo que la palabra “esplendor” alcance una nueva regla, un nuevo nivel.

Ayer recordaba, por ejemplo, todo el protocolo que seguiría a la muerte de un romano pontífice, los ceremoniales que se pondrían en marcha a la muerte del vicario de Cristo. Al lado de lo que yo propongo, los funerales de la reina Isabel II parecería un entierro sencillo. De hecho, esos novendiales tendrían que tener lugar en el Neovaticano, pues la Basílica de San Pedro y su plaza serían un marco totalmente insuficiente para lo que describo en mi libro: un funeral pensado para una audiencia planetaria, un funeral pensado para multitudes presentes y multitudes que lo verían en sus casas. Algo que atrajera a católicos y no católicos por su belleza. Podéis leerlo en el libro que os he citado. Pero soy consciente de que esos ceremoniales en la línea de un Carlos I o un Felipe II, hoy por hoy, no perviven en ningún lugar fuera de esas páginas. ¡Ah, las cosas que podrían ser y no son!

No pierdo la esperanza de coger el teléfono cualquier mañana y que haya una voz conocida al otro lado: “Soy Francisco. Quiero que me organices mi funeral. Ya sabes, una cosa sencilla, pero arreglada. No te pases con la pompa, pero que sea algo más que dos hermanas enterrando a su canario en el jardín, metido en una caja de zapatos”.