Hoy he visto
una parte de un documental del programa En portada de Televisión Española.
Quiero sugerir a la Conferencia Episcopal Española que haga un recuento de
cuántos documentales de nuestra televisión pública tratan acerca de la Iglesia.
La cuestión no
es si las cosas negativas que se dicen de la Iglesia, en esos documentales, son
verdaderas o no. La cuestión es que la cadena pública, de manera evidente,
lleva (con el dinero de todos) aplicando una política
deliberada de desprestigio. No necesito saber el
número, el porcentaje, para tener la completa certeza de que esa voluntad
existe. Se trata de un plan realizado a largo plazo.
Del mismo
modo, los políticos de izquierdas, hace tiempo, se dieron cuenta de que poner
muchos documentales acerca de la Alemania de Hitler aumentaba la intención de
voto hacia ellos. Resulta patente que el porcentaje de documentales sobre el nazismo
resulta desproporcionado en nuestra televisión pública.
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Cuando hoy he
visto las imágenes de jóvenes antisistema incendiando contenedores, rompiendo
escaparates y agrediendo a la policía, en varias ciudades de España, me he acordado de que, cuando sucedieron
los disturbios de Chile, en ningún momento pensé: “Nosotros somos distintos”. Para
nada pensé eso porque bien sé que los radicales, que los neoanarquistas, son
grupos presentes en casi todos los países, tanto de América como de Europa.
Este odio
contenido, sembrado, incubado, va a ser una realidad cada vez más frecuente en
nuestras sociedades del siglo XXI. En la medida en que la crisis económica se
vaya haciendo más profunda, van a ir creciendo. Son levadura en medio de la masa.
De ningún modo, se les puede subestimar. Son el huevo de la serpiente. Ah, y
por si alguien no lo ha notado, ya están en el Poder, ya tienen su cuota de Poder.
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