Hay una cosa
que he escuchado no pocas veces que es profundamente inmoral. Y es cuando, en
España, se acusa al gobierno y al presidente de ser culpables de tantos o
cuantos millares de muertes por el coronavirus a causa de las decisiones
tomadas.
Eso, como
sacerdote, debo decir que es una afirmación inmoral. Por supuesto que se
podrían haber tomado otras decisiones. Por supuesto que, cuando se toman
decisiones, unas son mejores que otras. Pero hay que dar por supuesto la buena
voluntad de los que nos gobiernan. No tengo la menor duda de que hicieron lo
que creyeron que era mejor.
No voy a entrar
a analizar hechos concretos, me limito a dar un juicio general de tipo moral.
Dígase lo
mismo del virólogo que sale a dar las ruedas de prensa, Fernando Simón. He
escuchado las mayores barbaridades acerca de él. Pero yo solo veo un hombre
honesto que hace su trabajo. Que se pueden buscar en la hemeroteca declaraciones
aparentemente equivocadas, pues sí. Si se descontextualiza una frase, por
supuesto, que aislada es un error. Él ha intentado decir la verdad, pero
tratando de tranquilizar.
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Estoy seguro
de que algunos lectores de otros países habréis experimentado esta misma
dinámica de odio hacia el gobernante cuando hay muchos muertos. Este deseo innato
de culpabilizar a alguien cuando hay un desastre. Hay que resistir esa
tendencia.
No estoy diciendo que, en todos los países, todo se haya hecho bien. Seguro que ha habido gobernantes que hayan manifestado de forma especial su incapacidad y hasta su deshonestidad. Pero hay que tener cuidado porque la ladera inclinada empuja hacia aversiones irracionales.