La reflexión
conjunta acerca de la hipótesis de un “cristianismo” sin Encarnación me ha
resultado muy enriquecedora para entender mejor el misterio de Cristo. Reflexión
conjunta que nos ha llevado varias horas a algún amigo teólogo y a mí. Oculto
el nombre de mi amigo.
Fabián ha
dado totalmente en el clavo con un detalle en el que, en todos los pasados
años, no había caído: cuando Jesús convirtió el agua en vino, el vino
resultante fue óptimo.
En ese
comentario, aunque breve, se percibe que Fabián ha entendido de lo que hablaba.
No ha sido el único, perdonad que no os cite a todos.
El acostumbramiento
al misterio de la Encarnación es un peligro. Todos tenemos que quitar el polvo
de la rutina. También debemos esforzarnos en entender que cada artículo de la
fe está en el Magisterio porque tiene una razón para estar.
La distinción
entre necesario y contingente es muy interesante si nos damos cuenta de que
Dios ha tomado siempre la opción más perfecta. Esto aclara las cosas, pero nos
lleva (como los niños pequeños) a hacer nuevas preguntas a nuestro Padre.
Ejemplo de lo
contingente, ¿podían los sucesores de Pedro haberse establecido en Alejandría? Es
decir, si Roma era la opción más razonable, ¿hasta qué punto la Voluntad Divina
podía haber escogido una ciudad menos adecuada si su Inteligencia Infinita
sabía que era la más conveniente?
Como se ve,
esta relación entre contingencia y “elección divina de lo más conveniente”
plantea interrogantes. Si se entiende mal, todo pasa a ser, en cierto modo,
necesario.
Roma, sin
duda, era contingente. Pero el concepto de Destino plantea problemas. El azar
es solo un concepto instrumental. En manos de un Padre Providente, ni un pajarito
muere en el mundo sin que lo permita la Voluntad Omnipotente.
Sí, no veo
tantos interrogantes (en mi caso) a la hora de entender la relación entre destino
y predestinación, como en entender esas relaciones entre contingente y “elección
divina de lo más conveniente”. Planteo preguntas, no tengo respuestas para
todo.
Somos niños, tenemos que fiarnos de la Trinidad. Ella sabe por qué permite cada cosa.