Cuando mi madre está en casa, yo me someto completamente como buen súbdito
que soy. Su marido nunca me dice nada. Es el familiar menos intervencionista
del mundo. En casa es un poco como Suiza.
Por supuesto que si surge alguna cuestión siempre se pondrá del lado de mi
madre. Si hay un conflicto, es como Austria en 1914, siempre sé que se pondrá
del lado de Alemania. No importa cuan desatinada sea la razón, él siempre irá a
las trincheras por ella.
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Una lectora escribía:
Su madre encaja en el perfil de toda madre de antaño, creo que a día de hoy
no todas somos igual, aunque lo único que veo un poco exagerado es poner la
antena en las llamadas privadas.
¡¡Antena!! Ja. Un día estaba yo hablando por teléfono y bajé la voz. Ella estaba
en el salón y yo en el pasillo. Al cabo de cinco minutos de mi ir y venir por el
mínimo pasillo, me di cuenta de que ella había ido bajando progresivamente el
volumen de la televisión hasta que no se escuchaba nada. seguía mirando a la
pantalla, pero sin sonido.
Era patente que la conversación mía tenía mucho más interés que ese
programa de televisión.
También me di cuenta de que si, al hablar por teléfono, yo bajaba mi voz,
era percibido por su maternal cerebro de esta manera: “Atención, ha bajado la
voz. Llamada importante. Aguzar el oído”.
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Al marido de mi madre, lo que le exaspera son determinadas noticias de la
televisión a la hora de la comida. Como haya algún asunto independentista, se
le sube tanto la tensión que algún día le va a dar un síncope.
Algunos días, cuando hay determinadas noticias, le digo a mi madre cuando
todavía él no está a la mesa: “Mira, voy a poner un documental sobre cebras. Le
voy a decir que me entusiasma la fauna africana y que, si no le importa, vamos
a ver esto durante el almuerzo”.
Algunos días sí que sospecha de tanta afición mía por la fauna africana o
los capiteles románicos de San Juan de la Peña.