Hoy he tenido la alegría
de asistir a la ordenación episcopal de don Antonio Prieto, nuevo obispo de mi
diócesis. La ceremonia ha durado dos horas y cuarenta y cinco minutos. Menos
mal que estamos en un junio inusualmente templado. De lo contrario la temperatura
dentro de la catedral hubiera sido muy incómoda.
He llegado media hora
antes y me he puesto a hacer oración mental, meditando a Valtorta. Ha sido la
mejor preparación para la ceremonia. La cual me ha emocionado hasta las
lágrimas. He vivido plenamente la misa.
Detrás de mí, estaba
sentado un sacerdote ortodoxo rumano; en el templo, también estaba un obispo
ortodoxo. Me han alegrado mucho estas asistencias que auguran una futura unión
que doy por descontada en esta generación.
Después he llevado a mis
padres a la estación de tren, porque habían estado conmigo desde el martes
pasado. Al despedirlos en la estación, le he dicho a mi progenitora: “No sé si
pierdo una madre o gano un obispo”.