Mañana será ordenado como
obispo de mi diócesis don Antonio Prieto. Ayer tuve una larga conversación con
un amigo acerca del aspecto místico de lo que supone una ordenación episcopal.
Después de darle vueltas
al asunto, mi opinión es que la configuración sacramental con Cristo Sacerdote
se produce en su casi totalidad en el segundo grado del sacramento del orden. El
primer grado supone sacramentalizar una función, la de servir; el tercer grado sacramentaliza
otra función, la de pastorear a los pastores.
Alguien
alegará que el obispo también pastorea a los laicos. Cierto, sin ninguna duda,
pero, en la práctica, el gobierno de los obispos suele ser lo que he dicho, por
más que el prelado predique aquí y allá, o se reúna con tales o cuales grupos.
El presbítero que preside
una gran y solemne concelebración, en la catedral, con todo el boato posible,
ya representa a Cristo Sacerdote en esa liturgia. Si la presidencia la realiza
un obispo, esa presidencia no tiene un grado sacramental superior respecto al
misterio de la Eucaristía. Observemos que durante la parte eucarística de la
misa va revestido exactamente igual que un presbítero, ni siquiera lleva
solideo.
Alguien me dirá
que porta el pectoral y el anillo. Pero esos son símbolos de autoridad, no de
una potestad sacramental superior (salvo la capacidad de conferir el sacramento
del orden).
¿Qué quiero expresar con
esto? Pues lo reitero: la configuración con Cristo Sacerdote se produce ya, en
su casi totalidad, en el segundo grado del sacramento del orden. La episcopalidad
no añade ninguna potestad superior respecto a la Eucaristía u otros
sacramentos (salvo el orden); que, aunque los administre un presbítero, lo realiza in persona
Christi.
Por eso, en cierto modo, alguien
puede afirmar que siente una vocación al presbiterado, pero no al episcopado. Por
decirlo de un modo contundente: existe una vocación a confesar, bautizar,
visitar enfermos, dar catequesis… Pero no existe una vocación a mandar, al
honor, a ser situado por delante de los demás pastores.
He dicho en cierto
modo porque, ciertamente, sí que alguien puede sentir un licito y
purificado amor hacia las labores episcopales, y Dios mostrarle (a través de
ciertos signos) que le llama a ejercerlas. Puede mostrárselo través de ciertos
signos o confiriéndole una convicción interna clara. En ese sentido, sí que existen sacerdotes
que sienten que Dios les llama a servirle en ese tercer grado del orden.
Pero, como norma general,
la vocación es a servir, no a ser colocado en un puesto de honor. Una jovencita
puede sentir vocación a ser monja, pero no a ser priora.
Todo lo cual nos muestra
que nadie puede desear el episcopado para completar su sacerdocio. El sacerdocio
en su segundo grado no es incompleto, no es imperfecto.
La episcopalidad
sacramentaliza una función, pero no conlleva una mayor unión con Cristo.
Ahora bien, en las
grandes liturgias catedralicias, con toda la pompa propia del primer templo de
la diócesis, sí que se expresa, al colocar al obispo en la presidencia, ese
sacerdocio de un grado superior. Sí que hay un aspecto misterioso en el que el
obispo es la cúspide del sacerdocio de su diócesis. En ese aspecto mistérico,
mi opinión, no es que el obispo esté más configurado con Cristo (respecto al
segundo grado del sacerdocio), sino que está consagrado para ejercer la función
de reunir todas las oraciones de su presbiterio y ofrecérselas a Dios.
El sacerdote reúne las
oraciones de los laicos y las ofrece al Señor en el altar. El obispo reúne las
oraciones de sus presbíteros y las ofrece en el altar.
¿Por qué este aspecto mistérico
del ejercicio del sumo sacerdocio de la diócesis no supone una sustancial mayor
configuración con Cristo? Pues porque si fuera así, si hubiera una grandísima mayor
configuración con Cristo, ¿por qué no otorgarla a todos los presbíteros? ¿Por
qué dejar a todos en una configuración muy inferior con Cristo?
Parece más claro que la
configuración con Cristo Sacerdote se otorgue sustancialmente en el segundo
grado, y que el obispo ejerza (con una situación sacramental muy parecida a la del
segundo orden) un sacerdocio representativo superior.
A favor de la tesis que
sostengo, está el que Dios hizo lo mismo respecto al papado en relación a los
obispos. Si nos fijamos, el paralelismo en el campo de la configuración
sacramental es el el mismo entre el papa y los obispos, respecto al obispo y
sus presbíteros. Dios no quiso sacramentalizar la función del papado, pero sí
que le otorgó un misterioso sacerdocio superior respecto a los obispos; pues el
papa puede elevar sus manos ofreciendo todas las oraciones de los obispos del
mundo.
Ciertamente, el tercer
grado del orden supone una nueva consagración, supone el comienzo del ejercicio
de un sacerdocio superior (recoge las oraciones de sus presbíteros y de toda su
diócesis) y se le añade una potestad sacramental más. Pero, en mi opinión, uno
no queda sustancialmente más configurado con Cristo, simplemente se sacramentaliza
la función de mandar.
Lo que sí que se puede
afirmar es que el obispo queda más configurado con Cristo Cabeza; no con Cristo
Sacerdote, sino con Cristo Cabeza. Son dos funciones distintas, aunque
Jesucristo haya querido unir el gobierno eclesial con el sacerdocio sacramental.
Sí, cierto, es tan importante
y tan sagrada la función de mandar a los pastores (los presbíteros) que el
obispo queda consagrado de un modo diverso (en el tercer grado) para ejercer esa
tarea. Eso significan gracias, inspiraciones, iluminaciones.
De hecho, el presbítero
también queda configurado con Cristo Cabeza para ejercer como cabeza del rebaño
que se le asigne. El obispo recibirá gracias específicas para ejercer esa tarea.
Pero sin hacer de menos esa afirmación (al revés, creo que es algo misterioso y
muy grande), también el presbítero puede contar con gracias específicas para
gobernar su rebaño desde el momento en que fue configurado con Cristo Cabeza
para ejercer esa tarea según el segundo grado del orden.